Guiados por su dios tribal, Huitzilopochtli, los
mexicas salieron de Aztlán en busca de "la señal" (el águila sobre el
nopal) que indicaría el lugar exacto donde deberían fundar su ciudad,
México-Tenochtitlan.
Amanecía en México-Tenochtitlan
y el sol comenzaba a iluminar los jardines del palacio por
donde paseaban el tlatoani Huehue Moctezuma
Ilhuicamina, supremo jerarca, y el cihuacóatl Tlacaélel,
mientras evocaban el legendario y penoso recorrido que habían llevado a cabo
sus ancestros desde el lejano Aztlán hasta el
sitio donde encontraron el símbolo anunciado por Huitzilopochtli,
su dios patrono: un águila parada sobre un nopal, con las alas extendidas,
señalando el punto donde debían detener su marcha y fundar lo que sería la
capital de su imperio; este hecho ocurrió a principios del siglo XIV de la era
cristiana.
Moctezuma
y Tlacaélel se detuvieron en una de las terrazas del palacio para contemplar la
gran extensión y belleza que había alcanzado la urbe gracias a las victorias
militares y a la imposición del tributo sobre los pueblos vencidos. Satisfechos
ante tal escena y sabedores del poder y la supremacía del pueblo mexica, entre
ambos decidieron organizar una caravana integrada por sacerdotes y hechiceros,
la cual tendría el cometido de retornar a Aztlán.
Tiempo
después, cuando el grupo escogido se reunió con los dirigentes, sobrevino la
discusión acerca de la ruta que debía seguirse para llegar al sitio desde donde
partió la migración, suceso que según los documentos ocurrió en el año
1-Pedernal, es decir en el 1116 del calendario gregoriano.
Sacerdotes
y hechiceros pensaron entonces que si realizaban el recorrido en sentido
inverso al de la peregrinación relatada en los códices,
arribarían sin problemas a Aztlán que, se decía, estaba en la región del color
blanco, descrita metafóricamente como el "lugar de las garzas". El
grupo tenía la misión de llevar valiosos presentes de plumería multicolor y
ornamentos de oro y jade a los parientes que se habían quedado allá, y de
invitarlos a irse a vivir a México-Tenochtitlan con las comodidades y holguras
que ahora disfrutaban sus habitantes.
Para
la época de Moctezuma y Tlacaélel, a mediados del siglo XV, ninguno de los
peregrinos originales vivía, más el relato del viaje había sido registrado en
los códices, de los cuales el más conocido es la Tira
de la Peregrinación, documento elaborado en papel amate que se
dobla a manera de biombo. El relato pintado en el tradicional tipo de escritura
de la época combina la secuencia de numerales que indica los años
transcurridos, los nombres de los sitios por donde pasaron y se establecieron
temporalmente los migrantes, y los principales acontecimientos que ocurrieron
durante el viaje.
El periodo de tiempo que transcurrió desde la salida de Aztlán
hasta la ceremonia de fundación de México-Tenochtitlan comprende 210 años, lo
que significa que se cumplieron cuatro periodos de 52 años, su ciclo
calendárico fundamental.
En
el mismo año de su partida los migrantes encontraron la imagen de
Huitzilopochtli en una cueva del cerro de Culhuacan; más tarde se unieron al
éxodo ocho pueblos vecinos: los matlatzincas, tepanecas, tlahuicas, malinalcas,
colhuas, xochimilcas, chalcas y huexotzincas. Fue entonces cuando
Huitzilopochtli les señaló que ellos, los mexicas, debían seguir solos hasta el
final, y así lo hicieron, cargando la imagen de su dios y sus objetos sagrados,
y realizando los primeros sacrificios de guerreros enemigos, por lo que
recibieron las armas que les harían triunfar en las batallas. Todos estos
eventos ocurrieron en un tiempo mitológico, imposible ya de precisar.
En
la reconstrucción del viaje, Tula, la ciudad
fundada por Quetzalcóatl, era la
primera localidad que podían ubicar con precisión los hechiceros y sacerdotes;
de ahí en adelante, según el relato del recorrido, los peregrinos se
establecieron en veinte sitios más antes de encontrar los islotes donde
fundaron su ciudad.
De
Tula siguieron a Atlitlalaquian, donde "el agua se resumía en la
tierra"; luego pasaron a Tlemaco, que se identificaba con un sahumador; a
continuación llegaron a Atotonilco, cuyo nombre derivaba del agua hirviente de
sus manantiales, y a Apaxco, cuyo cono volcánico lleno de agua les recordaba
una vasija; en Zumpango levantaron un muro de cráneos, junto a Huiztepec,
"el cerro de los huizaches"; de ahí pasaron a Xaltocan y cruzaron en
canoas los lagos norteños de Acalhuacan. Ya en la vertiente occidental de la
cuenca lacustre, se establecieron en Ehecatépetl,
"el cerro del viento", y después llegaron a Tolpetlac, "donde se
tejen las esteras de tule"; de ahí se dirigieron a Coatitlán, abundante en
serpientes, y luego a Huizachtitlán, donde aprendieron de los chalcas el
aprovechamiento del cultivo de los magueyes para la obtención del pulque.
Tecpayocan fue el siguiente punto del recorrido, el cual se reconoce por los
cuchillos de pedernal; más tarde arribaron a Pantitlán, un resumidero en el lago que se
identificaba por sus banderas; de ahí continuaron hasta Amalinalpan "agua
de mallinalli", territorio ya del señoría de Azcapotzalco, donde
se les impidió seguir, por lo que regresaron a Pantitlán, para después pasar a Acolnáhuac,
"donde hace recodo el agua", y cruzar por Popotla, Techcaltitlán y
Atlacuihuayan, antes de llegar a Chapultepec, un
cerro en medio de un hermoso bosque, donde fueron derrotados por un conjunto de
pueblos enemigos que apresaron a sus jefes guías y los condujeron prisioneros a
Colhuacán,
donde los victimaron.
En
este lugar los mexicas aprendieron las costumbres de la gente del lago, y
después de una guerra contra Xochimilco, de la que salieron triunfantes, partieron
en busca del sitio prometido para fundarm en medio de unos islotes al occidente
del lago de Texcoco, la ciudad
de Huitzilopochtli.
En
todas estas localidades vivieron varios lapsos de tiempo, en tanto descansaban,
renovaban sus fuerzas y se aprovisionaban de alimentos para continuar su viaje;
en ellas enterraron a sus muertos y dejaron también a los enfermos y ancianos
que no pudieron acompañarles.
La
ceremonia del encendido del fuego nuevo, que conmemoraba la culminación de un
ciclo solar de 52 años, fue realizada en cuatro ocasiones durante la
peregrinación: en Tula, en
Huiztepec, en Tecpayocan, y en Chapultepec.
Para
los enviados de Moctezuma la tarea parecía fácil; sin embargo, no fue así. De
Tenochtitlan a Tula el viaje se llevó a efecto sin mayor incidente, pero de
allí en adelante sólo contaban con el terrible vacío de la fábula y el mito,
por lo que echando mano de sus poderes ocultos los enviados se transformaron en
animales feroces y así completaron su periplo, arribando finalmente a Aztlán.
“Sean
bienvenidos, hijos", dijo Coatlicue a los
sabios y hechiceros, quienes ante la mirada de la anciana se postraron y
besaron sus manos. "El que acá nos envía es tu siervo, el rey Moctezuma y
su fiel consejero Tlacaélel, con la gran misión de que buscásemos el lugar
original donde habían habitado nuestros antepasados, para que supieses cómo él,
en nombre de tu hijo Huitzilopochtli, gobierna y rige al mundo conocido en la
gran ciudad de México".
Llorando
de alegría, Coatlicue recibió
los presentes enviados y les entregó a cambio tres prendas textiles, una para
Moctezuma, otra para Tlacaélel, y una más para el dios sol, Huitzilopochtli.
A
su regreso, ya en México-Tenochtitlan, los viajeros relataron sus aventuras al
gobernante, quien entonces comprendió que Aztlán no se ubicaba en ningún punto
de la geografía conocida: su lugar estaba, ahora, en los terrenos de la leyenda.
Los futuros mexicas recibieron la orden de su dios guía,
Huitzilopochtli, para abandonar el lugar donde se encontraban e iniciar un
peregrinar hasta descubrir la señal que él les había prometido: un águila
devorando una serpiente, mientras estaba posada sobre un nopal. Esa imagen
sería el indicador de que habrían llegado el sito en donde debían fundar una
nueva ciudad y un nuevo imperio que estaría por encima de los demás. De esta
manera se convirtieron en un pueblo errante; hasta que un día, 13 de marzo de
1325 al llegar a los límites del lago de Texcoco, vieron la señal que tanto
esperaban justo en un islote en medio del lago, tal como Huitzilopochtli les
había indicado, y la migración concluyó.
Las
características del sitio fueron fundamentales para la supervivencia; su aislamiento
natural concedía ventajas militares y económicas. Las tierras y el agua
ofrecían grandes beneficios para el pueblo. La capital de los mexicanos se
convirtió en una de las mayores ciudades de su época en todo el mundo y fue la
cabeza de un poderoso estado que dominó una gran parte de Mesoamérica. Llegó a
albergar a más de 2 mil habitantes por kilómetro cuadrado; el diseño geométrico
de la ciudad abarcaba 3 kilómetros cuadrados. En ella se edificaron más de 70
templos majestuosos, la mayoría de ellos construidos sobre el lago. Calzadas,
avenidas y canales conectaban a la gran ciudad, donde el Templo Mayor (recinto
sagrado con templos dedicados a Tláloc, dios de la lluvia, y a Huitzilopochtli,
dios de la guerra y del sol) marcaba un lugar emblemático para la sociedad.
¡México-Tenochtitlan
fue ejemplo de una metrópoli bien estructurada, higiénica y organizada.!