martes, 7 de noviembre de 2017

Los 100 de la Revolución Rusa... De la admiración a la ignorancia

Por: Reiner Matos Franco. COLMEX.

Pocos saben que la revolución rusa comenzó con una protesta de mujeres. El 23 de febrero de 1917 un colectivo de trabajadoras se reunió en las calles de Petrogrado —así se llamaba San Petersburgo en esos tiempos de guerra mundial para que no sonara “muy alemán”, cortesía del zar Nicolás II— a marchar en respuesta al desabasto provocado por el esfuerzo bélico y contra una guerra que se veía perdida. En aquellos días el imperio ruso utilizaba el Calendario Juliano, por lo que en el Gregoriano la fecha correspondía al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Esa tarde los varones decidieron apoyar a sus esposas, hermanas y compañeras marchando por la ciudad. Al día siguiente ya había 150 mil trabajadores en la calle saqueando tiendas y depósitos. Para el 25 de febrero 200 mil personas pedían la renuncia del zar y la salida de la guerra, todo de manera espontánea, sin otro líder más que la indignación y desesperación de los sublevados. El 2 de marzo, tan sólo una semana después de aquel desfile de faldas, Nicolás II se vio obligado a abdicar.
Las conmemoraciones más sonadas de un suceso histórico suelen darse cuando se cumple en años un múltiplo del 10. O del cinco, porque es la mitad del 10. La tradición consuetudinaria de conmemorar eventos importantes en una fecha que termine en cero obliga a hacer algo, lo que sea, para conmemorar (no necesariamente “festejar”) la revolución rusa de 1917 en el año 2017, 100 años después. Y no sólo por tradición: la revolución rusa fue acaso el evento más determinante del siglo XX.
En México los libros de texto nos enseñaron que la revolución mexicana era algo en general muy positivo: que había que derribar al “tirano” Díaz y al “chacal” Huerta, que la tierra es de quien la trabaja y que sufragio efectivo equivale a no reelección. Con la revolución rusa —la de octubre, cabe entender— ocurrió algo muy similar como génesis del Estado que existió durante los siguientes 74 años, la Unión Soviética. La mitología del nacionalismo revolucionario mexicano era casi tan sólida y legítima como la mitología recurrente del revolucionario Estado soviético; la diferencia estribaba en los métodos de su imposición cotidiana. Acaso sólo el kemalismo turco como proyecto político haya tenido la misma robustez en el largo aliento del corto siglo XX. Las dos grandes revoluciones del siglo pasado siguen siendo, en las monografías históricas al menos, la mexicana de 1910 y la rusa de 1917, por encima incluso de las rupturas importantísimas que representaron las revoluciones china de 1911 y la alemana de 1919.
Mientras que en la actualidad la revolución mexicana se festeja en los ámbitos público y privado, la rusa apenas se conmemora entre pocos grupos. Entre los festejos entusiastas de la revolución en México se ven bigotes postizos cada 20 de noviembre; se escucha La Adelita en la radio y los niños representan en las escuelas —con jergas al hombro y caballos de palo si hace falta— los momentos álgidos de aquel evento. La revolución rusa, en cambio, no es algo que amerite ya mucha celebración más que entre los herederos del bolchevismo: los allegados al Partido Comunista de la Federación Rusa, principal oposición política en Rusia desde 1995. La diferencia entre Rusia y México estriba en que la matriz de interpretaciones de la “revolución rusa” es mucho más amplia y heterogénea que la de la “revolución mexicana” pese a que, curiosamente, el primero fue un evento más corto, contenido en el ánfora de un año redondo (1917), mientras que la “revolución mexicana” inicia claramente en 1910 y no sabemos cuándo terminó: si en 1917, 1929 o en 2000.
Valga iniciar por lo obvio para comprender esta diferencia: en Rusia hubo más de una revolución a inicios del siglo pasado, independientemente de si se lee como un solo proceso o varios —en realidad también se puede argumentar que México tuvo más de una revolución entre 1910 y 1930—. La historiografía registra al menos tres grandes revoluciones rusas: la de 1905 —que habrá que dejar de lado por ahora— y las de Febrero (marzo) y Octubre (noviembre) de 1917.
Cuando se habla de “la revolución rusa” se comete una especie de sinécdoque que engulle a febrero y se reduce a octubre, resultado obvio luego de tantas décadas bajo la impronta del “glorioso” Octubre bolchevique. No obstante, sin duda es curioso que la revolución de febrero no se haya recuperado en Rusia al caer la Unión Soviética en 1991. Curioso por lo que aquélla significó: la ruptura con el zarismo después de 370 años —y con el sistema monárquico tras un milenio— y la creación de un “Gobierno Provisional” que, pese a su corta duración (febrero-octubre de 1917), encabezó una república federal, democrática, patriótica, parlamentaria y plural. Queda como pregunta abierta a los historiadores por qué la Rusia de Yeltsin en la década de 1990 —también patriótica, democrática, federal y plural, aunque presidencialista— no reclamó algún terruño de herencia, alguna continuidad, en el corto momento democrático emanado de febrero. Acaso Yeltsin decidió que todo lo que sonara a “revolución” después de 1991 era negativo para su proyecto político, pese a que él mismo llevó a cabo una revolución descomunal en ese año.
Por más desvaída que fuera, a partir de 1991 la idea era un poco que febrero y octubre venían junto con pegado. La simbología del nuevo régimen no dejaba mentir: en 1991 Yeltsin rebautizó Leningrado como “San Petersburgo”, título zarista, en vez del “Petrogrado” que ostentó la ciudad durante ambas revoluciones. En 1993 el Estado ruso (presidencialista, democrático) retomó el escudo de armas zarista del águila bicéfala coronada y no el republicano de 1917, diseñado por el gran dibujante Iván Bilibin (1876-1942), con el águila pero sin corona. Por alguna (extraña) razón, el Banco Central de Rusia fue la única institución que adoptó en 1992 este escudo republicano y lo imprimió en billetes y monedas, pero sus autoridades se han empeñado en negar que se trate del mismo símbolo de febrero de 1917. En 2014 un funcionario del Banco Central tuvo que aclarar que, aunque “en realidad” el diseño sí pertenece a Bilibin, “difiere ligeramente” del escudo del Gobierno Provisional; se trata, en cambio, de un esbozo que Bilibin usó en el registro oficial de sus ilustraciones para cuentos populares. La diferencia era minúscula, casi ridícula: el número de plumas del águila. O sea: lo interesante es que nadie reivindica a la revolución de febrero en la Rusia republicana actual. De hecho, en 2016 se restauró la corona sobre el águila bicéfala en las monedas rusas.
No es sencillo desasociar febrero de octubre en retrospectiva, pero si uno pudiera situarse en la antesala del golpe bolchevique, la noche del 24 de octubre de 1917, en las últimas horas de vida del Gobierno Provisional y sin saber lo que ocurriría enseguida, se vería que la revolución de febrero fue un evento de proporciones inconmensurables, verdaderamente revolucionarias. A partir de febrero de 1917 Rusia se convirtió en el Estado más progresista de Europa cuando antes había sido el más conservador. La revolución de febrero hizo que el emperador más poderoso de la Tierra, tras un breve diálogo en un tren con un puñado de politiquillos, abdicara con una calma asombrosa, reflejo de la irreversibilidad de los hechos. Se separó a la Iglesia del Estado, el cual se encargó de todas las escuelas. La libertad de expresión y prensa fue, salvo pocas excepciones, realmente ilimitada. Se abolió la pena de muerte. Se impuso un federalismo que dio autogobierno a provincias como Finlandia, Ucrania y Estonia, las cuales reconocieron al Gobierno Provisional a cambio de mantener su autonomía. Apenas unos años atrás todo ello parecía impensable en la Rusia zarista.
Dejando de lado a los nombres de octubre (Lenin, Trotsky), febrero trajo a personajes verdaderamente revolucionarios en sus ideas, formas y discursos. Alexánder Kérenski (1881-1970), por ejemplo, fue una figura por entero revolucionaria, radicalmente distinta de lo hasta entonces conocido. Kérenski era un hombre de siglo XX. Hasta que él irrumpió como primer ministro en julio de 1917, Rusia había sido gobernada por personajes decimonónicos, tanto en su apariencia física como en su visión política. Contrario a sus colegas diputados en la Duma, Kérenski no usaba vello facial ni cabello alborotado, sino la moda joven: lampiño, casquete corto, camisa cerrada. A medida que su visibilidad pública avanzaba paralela a su ambición política, dejó de usar corbata y optó por cuellos cerrados y botas militares. Mientras estuvo al frente del Gobierno Provisional surgió un culto popular —espontáneo— a su personalidad, que él aprovechó distribuyendo retratos suyos entre las masas. Fue pintado por Iliá Riepin y adulado en los versos de Marina Tsvetáieva. De alguna manera, Kérenski se convirtió en sustituto del zar como receptor de peticiones populares. No es exagerado decir que pudo haber sido el Napoleón del siglo XX (en más de una fotografía aparece, emulando al corso, con la mano derecha metida entre los botones de la camisa). El historiador Boris Kolonitskii indicó que el “culto a Kérenski” fue el factor más importante de la vida política rusa en el verano de 1917. Un soldado escribió: “Vivo en las trincheras, pero olvido mis problemas y soy feliz porque un dirigente tan glorioso y amado como el ministro Kérenski está a la cabeza de nuestro revolucionario ejército del pueblo”.
La aplastante mitología de la revolución de octubre y la volatilidad de la política rusa en 1917 hizo de Kérenski una figura olvidada de un día a otro. En buena medida, él fue el responsable. La consecuencia obvia de su culto lo convirtió en el único a quien culpar por los problemas de Rusia hacia el otoño de 1917. En agosto, cuando repartió armas a los bolcheviques para que ayudaran a contrarrestar el alzamiento del general Lavr Kornílov, el primer ministro selló su destino: las armas quedaron en manos de los partidarios de Lenin y facilitaron la toma de Petrogrado y los principales edificios de gobierno un par de meses después. Asimismo, consumada la revolución de octubre, pocos se tomaron la molestia de apoyar una restauración de Kérenski: el mejor aliado de los bolcheviques fue la apatía de los guardias civiles de Petrogrado y la poca fe en una causa —la de febrero— que se veía rebasada.
Por otro lado, sopesar el legado revolucionario de febrero no resta originalidad a octubre. Es innegable que los bolcheviques profundizaron la revolución rusa en toda faceta. Lenin instauró el primer gabinete en la historia mundial que incluyó a una mujer como ministra, Alexandra Kollontái (1872-1952). Este gobierno fundó sistemas gratuitos y universales de educación pública y de salud, conquista que sobrevive hasta la fecha en la Federación Rusa —y que sigue siendo uno de los pilares intocables del pacto social entre gobierno y sociedad rusos—. Asimismo, se legalizó e hizo gratuito el aborto (gracias al empuje de las teorías feministas de Kollontái) e incluso se despenalizaron las relaciones homosexuales “privadas, adultas y consensuadas” —aunque volverían a prohibirse más tarde, en 1933—. Incluso la forma de gobierno soviética contenía una originalidad inimitable, profundamente atípica, revolucionaria: el Partido lo era todo y el gobierno venía en segundo plano. De ahí que el secretario general del Partido Comunista fuese el mandamás de la política soviética, por encima de los jefes de Estado y de gobierno.
La revolución, se apellidara de febrero o de octubre, tuvo tanta legitimidad entre la gente común en Rusia en los cuatro años posteriores a 1917 que los dos bandos de la guerra civil (1917-1921), “rojos” (bolcheviques) y “blancos” (antibolcheviques), usaron de algún modo la bandera política “revolucionaria”. Los generales blancos, pese a que hicieron carrera en la burocracia militar y fueron fieles al zarismo (Kornílov, Denikin, Kolchak) o a que pertenecían a la nobleza (Mannerheim, Skoropadski, Wrángel), desecharon el monarquismo tras la revolución de febrero; de hecho, combatieron en nombre del Gobierno Provisional o bien juraron fidelidad a nuevos Estados independientes como forma de aferrarse a un orden superior (la “Nación”) de entre las ruinas del mundo que conocieron. Éste fue el interesantísimo caso de Mannerheim en Finlandia o el de Skoropadski en Ucrania, mientras que Kolchak se autonombró “Líder Supremo de Todas las Rusias” bajo una dictadura militar en Siberia, sin viso ninguno de restauración zarista.
Acaso el único objetivo político común de los blancos durante la guerra civil era restaurar la Asamblea Constituyente que Lenin clausuró en enero de 1918 y que “El Pueblo Ruso” —tan idealizado por aquéllos como por las mentes bolcheviques— eligiera libremente a sus representantes. El problema fue que todos los partidos y los politiquillos que no eran bolcheviques —incluyendo a partidos radicales como los “Socialistas Revolucionarios” y sus tácticas terroristas— se pasaron del lado blanco y llevaron a él sus propias tensiones políticas. No obstante, la legitimidad común y la irreversibilidad de la “Revolución” (insisto: sin apellidos) fue prácticamente ubicua durante la guerra civil, excepto en algunos grupos ultramonárquicos de reducida influencia.
La celebración de la revolución de octubre en Rusia pasó a segundo plano no en 1991, sino desde 1945. La masificación en estadísticas, en esfuerzo y sufrimiento que significó la Segunda Guerra Mundial (en Rusia, “Gran Guerra Patriótica”), en la que murieron alrededor de 24 millones de soviéticos a manos enemigas, hizo que mayo arrebatara la estafeta a octubre en los años venideros. Hasta la fecha, el desfile militar cada 9 de mayo es la fiesta cívica más importante de Rusia, mientras que la conmemoración de la revolución de octubre (y, ya ni se diga, la de febrero) ha pasado a significar poco —si es que, para empezar, alguien logra atinar en qué día cae—. El “Día de la Revolución” (de octubre) dejó de tener un lugar en el calendario cívico desde 1991. En cambio, se restituyó la celebración zarista del 4 de noviembre como “Día de la Unidad Nacional”, que conmemora la expulsión de los invasores polacos de Rusia en 1613. La fecha de esta festividad es (ligeramente) más conocida y celebrada actualmente que el día en que estalló la revolución de octubre, el cual “celebran” sólo 14% de los rusos.
La gran paradoja en la opinión pública rusa hoy por hoy respecto a este tema es que, si bien los encuestados no saben en qué día se conmemora octubre, hay un sentimiento generalizado de nostalgia por el sistema soviético que abunda en la sociedad. Esta nostalgia se manifiesta en que 56% de la población “lamenta” la caída de la URSS, 28% no ve en su desaparición motivo de orgullo, 51% considera que pudo evitarse y 44% desea que la Unión Soviética y su sistema (político, económico, social) sea restaurado. Adicionalmente, la percepción del “papel de Lenin en la historia del país” ha mejorado de 2006, cuando 40% consideraba que era total o parcialmente positiva, a 2016, cuando las mismas respuestas sumaron 53% de positividad.
En suma: pese a que desaparecieron del calendario cívico, y a que las revoluciones de febrero y octubre no quitan el sueño al ruso promedio, éste sigue añorando el sistema emanado de la última: el que no era ni democrático ni de “libre mercado”, pero sí ordenado, predecible y más sencillo de asir (y de darle la vuelta) en la vida cotidiana.
Es un misterio la forma en que el gobierno ruso conmemorará la revolución de octubre. La escasa organización de algo (lo que sea) para ese efecto a fines de 2016 era insuficiente como para pensar que se le dio seriedad en el largo plazo a uno de los eventos más determinantes de la historia mundial reciente. No caeré en el lugar común de señalar que Rusia debe “reconciliarse con su pasado”, pero sí es claro que la forma en que se conmemoren estos eventos determinará hasta qué punto Rusia se adjudica el protagonismo que tuvo en el siglo XX —y el que le corresponde en el XXI.

viernes, 13 de octubre de 2017

VIERNES 13

Con mayor frecuencia se comenta que el martes 13 es el día de la mala suerte. Superstición o no, cuando el calendario nos apunta ese día, se escuchan de manera seguida frases como “ni te cases ni te embarques”, o se extiende de forma generalizada el temor a que un gato negro se te cruce. Sin embargo, en otra parte de occidente, la tradición culpa a un día como hoy de hacer que cosas no resulten: el viernes 13. Cuyo origen se remonta a la Francia medieval, de hace más de 700 años.
En el año 1118, se fundó en el país galo la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo -también conocida como la Orden del Temple– que tenía como principal objetivo proteger a los cristianos que participaban en las Cruzadas hacia Tierra Santa. Se trataba de un grupo militar que a diez años de haber iniciado el oficio recibió el apoyo de la Iglesia Católica.
Durante casi 200 años, la labor que hacían fue bien recibida y permitió que su fortuna fuera creciendo. Pero cuando el rey Felipe IV de Francia – Felipe “el hermoso- llegó al trono, la desconfianza surgió y los nobles comenzaron a ser perseguidos.
Según se explica, la monarquía gala estaba muy endeudada con la orden debido al monto que los templarios desembolsaron para pagar el rescate el abuelo de Felipe IV, el rey Luis IX de Francia, quien decidió liderar la Séptima Cruzada hacia Egipto, y debido a los errores tácticos que se tomaron en la misión, terminó cayendo prisionero.
Con el tiempo Felipe IV convenció al papa Clemente V, que era muy cercano al pueblo galo, de que se acusara de herejía, rituales obscenos e idolatría a los templarios. El 13 de octubre de 1307 la presión se hizo valer en el Pontífice y apoyó la detención de los nobles miembros, quienes fueron obligados a confesar bajo tortura y condenados a la hoguera. El juicio de los cerca de quince mil detenidos duró alrededor de siete años.
Ese fue el caso del último gran mestre Jaques de Molay, quien cuando ya estaba amarrado y previo a su fallecimiento el 18 de marzo de 1314, maldijo a los acusadores de la Orden y les deseó la muerte: “¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de un año!”. Lo cierto es que el Papa murió el 20 de abril de 1314 y Felipe el 29 de noviembre de 1314 en un accidente de caza.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Septiembre Negro

El 4 de septiembre, los atletas israelíes habían estado disfrutando de una salida nocturna por la ciudad antes de regresar a la villa olímpica. Hacia las 04:40 del día 5, mientras los deportistas dormían, ocho miembros del grupo terrorista palestino Septiembre Negro, vestidos con trajes deportivos y llevando pistolas y granadas en bolsas de deporte, escalaban la reja de dos metros que rodeaba el complejo. Fueron ayudados por deportistas del equipo estadounidense que desconocían su verdadera identidad y creían que, como ellos, querían acceder furtivamente a sus apartamentos tras una noche de diversión.
El entrenador del equipo de lucha, Moshé Weinberg, de 33 años, oyó un ruido tras la puerta del primer apartamento, observando que alguien abría ligeramente la puerta. Se abalanzó sobre ésta dando un grito de alerta, mientras intentaba cerrarla forcejeando con los terroristas, que tenían sus pies en la otra pared y usaban sus fusiles como palancas.​ En la confusión, nueve atletas pudieron escapar, y otros ocho se ocultaron. El luchador Yossef Romano agarró el arma a uno de los terroristas, pero resultó muerto por un disparo. Weinberg recibió un tiro en la cara que le atravesó las mejillas cuando intentó atacar a un terrorista con un cuchillo de fruta, y fue obligado a conducirles a los otros apartamentos. El israelí salteó deliberadamente el apartamento nº 2 y los llevó directamente al nº 3, en donde se alojaban los atletas más fuertes, creyendo que podrían reducir a los terroristas. Sin embargo, estos fueron sorprendidos durmiendo y no lograron oponer resistencia.​ Weinberg aprovechó a darle un puñetazo a un palestino, dislocándole la mandíbula. Otro fedayín entró en pánico y le disparó. Su cuerpo fue dejado afuera del edificio. Tras la muerte de éste, los terroristas tomaron como rehenes a nueve integrantes del equipo: David Berger, Ze'ev Friedman, Joseph Gutfreund, Eliezer Halfin, André Spitzer, Amitzur Shapira, Kehat Shorr, Mark Slavin y Yakov Springer.
Posteriormente se divulgó que los secuestradores eran fedayínes palestinos procedentes de los campos de refugiados del LíbanoSiria y Jordania. Eran Luttif Afif (el jefe del grupo; tres de sus hermanos eran también miembros de Septiembre Negro, dos de ellos estaban presos en Israel), Yusuf Nazzal, Afif Ahmed Hamid, Khalid Jawad, Ahmed Chic Thaa, Mohammed Safady, Adnan Al Gashey y su primo Jamal Al-Gashey.
Poco después de las 06:00, los secuestradores lanzaron por la ventana los documentos que contenían sus demandas, aclarándose que de no ser cumplidas para las 09:00, un atleta sería ejecutado. El jefe de policía de Múnich, Manfred Schreiber, se apersonó en el lugar y encontró a una joven guardia de seguridad hablando con un hombre de traje de safari blanco, un sombrero del mismo color y su cara ennegrecida con carbón, quien se identificó como Issa. El Ministro del Interior, Hans-Dietrich Genscher y el intendente de la Villa Olímpica, Walther Tröger, se le unieron para negociar con los árabes.
Al darse cuenta de que razonar con los palestinos era inútil, Genscher trató de explicarles que la situación era especialmente delicada debido a la historia reciente de Alemania y pidió que los intercambiaran por los israelíes. Issa se negó, alegando que la cuestión no se trataba de dinero o rehenes sustitutos, sino de los 236 presos.
Un periodista de la República Democrática Alemana, Wolfgang Gitter, logró ingresar a los apartamentos del equipo de su país y estableció contacto visual con los terroristas. «Cinco hombres armados sonríen a Gitter», figura en la cronología de eventos redactada por la Stasi, que mantuvo decenas de espías en las Olimpíadas​ Por la ventana se asomaba Tony, el lugarteniente de Issa, apodado el Vaquero: una cabeza con anteojos oscuros y un sombrero gris de ala ancha.
Los árabes comprendieron que el plazo era irracional, ya que los alemanes necesitaban tiempo para notificar a Israel, permitirles deliberar y, en caso de aceptarse la liberación de los reos, ubicar los expedientes de todos los reos. Issa extendió el límite hasta el mediodía.
A las 11:15, los alemanes recibieron la respuesta definitiva de Israel: no habría negociación. Para conseguir tiempo, Schreiber comunicó a los palestinos que tal respuesta no había llegado y que «si querían matar a uno o a cinco no podrían hacer nada para detenerlos». Issa le dio una hora, aunque la atmósfera estaba lo bastante calma como para ver al líder terrorista tomando una gaseosa con la mujer policía y a Tony (Nazzal) fumar y broncearse en la ventana del piso superior. A la primera le comentó que si se hacía la 1 p.m., quería que la prensa le tomara declaración y atestiguaran la ejecución de dos atletas.
Schreiber se dirigió de vuelta al apartamento por más tiempo, reconociendo que aún no había progreso por parte del gobierno israelí para excarcelar a los 234 presos. Aun así le informó que Alemania había liberado a Andreas Baader y Ulrike Meinhof. Issa le concedió otras dos horas, y pidió comida «para unas veinte personas». En ese momento, los alemanes decidieron entrar en acción: distribuyeron los alimentos en cuatro cajones, de manera que se necesitaran más personas para llevarlos arriba. Dos policías disfrazados de chefs entrarían, contarían a los terroristas y verificarían la condición de los atletas. Sin embargo, anteponiéndose al plan, Issa insistió en llevar la comida él solo.
Merck, por su parte, fue a buscar al embajador de Túnez (que también oficiaba como líder de la Liga Árabe). Ambos le exhortaron a que «le muestre al mundo que los palestinos no son asesinos». Issa extendió el plazo hasta las 05:00 pm, aunque era consciente de que estaba siendo engañado.
A medida que pasaban las horas, aumentaba la ira popular hacia el COI por negarse a suspender los Juegos. A las 03:30 pm, la organización cedió ante la presión internacional y los suspendió indefinidamente, ahora Schreiber no solo era responsable de los rehenes, sino también de las Olimpíadas de Múnich. Por su parte, el periodista israelí Dan Shilonafirmaría que, en ese entonces, los medios tuvieron una visión muy cínica de la situación, interesándose más por la audiencia que generaba la toma de rehenes que la vida de los mismos.
Los fedayines habían logrado el objetivo de hacer pública la causa palestina a lo largo del globo. Para las 04:20 pm la multitud presente en la Villa Olímpica era de entre 75 000 y 80 000 personas. Mientras Tony hacía el signo de la victoria desde la ventana del primer piso, Issa se ponía cada vez más nervioso y pensaba qué hacer con los israelíes. Pese a esta fachada, los palestinos sabían que no podrían mantenerse alerta y ocupar el edificio por mucho más tiempo. Issa le había comentado previamente a la joven oficial que desconfiaba de Schreiber y que los alemanes «estaban jugando con él.»
Los germanos también intentaron otro intercambio, los negociadores se entregarían como rehenes sustitutos y acompañarían a los palestinos, y en un par de meses Israel liberaría discretamente a unos cincuenta presos. La propuesta tomó por sorpresa a Issa, quien decidió consultar con sus superiores de Septiembre Negro. Telefoneó a un hombre llamado Talal, quien supuestamente debía estar en Túnez. Sin embargo, desconocía que éste había sido detenido en el aeropuerto por carecer de visa y, casualmente, el teléfono fue atendido por otro Talal, quien no entendía por qué alguien lo llamaba desde Múnich y le hablaba en código. Issa creyó que el teléfono podía estar siendo intervenido y colgó. Esperó unos minutos y llamó de vuelta, el Talal erróneo atendió otra vez e Issa se rindió. Les informó a los alemanes que la propuesta había sido rechazada. Aun así, no iban a permitir que los fedayínes se salieran con la suya: se decidió asaltar el edificio. Debido a restricciones de postguerra, el ejército alemán no podía operar en tiempos de paz, por lo que las vidas de los atletas recaían en la policía de Múnich.
Un escuadrón de oficiales fronterizos, vestidos con trajes olímpicos, usando cascos Stahlhelm y llevando subfusiles Walther MPL, tomaron posiciones en el techo del Connollystraße 31 y edificios adyacentes. Debían esperar a la palabra Sonnenschein para introducirse en los conductos de ventilación y eliminar a los terroristas. Sin embargo, dado que las cámaras de televisión filmaban desde todos los ángulos el acontecimiento, los terroristas pudieron ver en vivo todos los movimientos de los policías por encima de ellos. Debido a esto, la orden de atacar nunca llegó y los efectivos debieron retirarse. La Operación Sonnenschein había fracasado.
A las 6 de la tarde, los palestinos dictaron una nueva demanda: un avión para llevarlos a Egipto. Según Jamal al-Gashey, único fedayín sobreviviente, la idea era dirigirse a un país árabe con buenas relaciones con Occidente, que a su vez tenía buenas relaciones con Israel, y poder continuar las negociaciones allí.
Las autoridades fingieron estar de acuerdo con la demanda de ir a El Cairo (aunque el primer ministro egipcio Aziz Sedki ya había afirmado que los egipcios no querían involucrarse en la crisis). Dos helicópteros militares UH-1H iban a transportar a los terroristas y rehenes a Fürstenfeldbruck, una base aérea de la OTAN. Inicialmente, el plan de los perpetradores era ir al aeropuerto internacional de Riem, cerca de Múnich, pero los negociadores les convencieron de que Fürstenfeldbruck sería más práctico. Las autoridades, que siguieron a los fedayínes y rehenes en un tercer helicóptero, tenían un motivo oculto: un asalto armado en el aeropuerto.
Un Boeing 727 fue colocado en la pista, con cinco o seis policías armados y disfrazados como tripulantes. Se acordó que Issa y Tony inspeccionarían el avión. El plan era que los alemanes los reducirían mientras abordaban, dando a los francotiradores la oportunidad de matar a los terroristas restantes en los helicópteros.
Al darse cuenta de que los palestinos y los israelíes debían caminar 200 metros a través de los garajes subterráneos para llegar a los helicópteros, la policía alemana vio otra oportunidad para emboscar a los terroristas, y se colocaron francotiradores allí. Pero Issa insistió en revisar el camino primero. Él y algunos otros palestinos entraron apuntando con sus fusiles a Schreiber, Tröger y Genscher. En ese momento, los policías estaban posicionados detrás de los autos en las calles laterales, y cuando los palestinos se acercaron, los policías se alejaron, haciendo ruido en el proceso y alertando a los terroristas de su presencia, por lo que decidieron usar un autobús en vez de caminar. El autobús llegó a las 10:00 pm y transportó al contingente a los helicópteros. Issa los revisó con una linterna antes de embarcar en grupos.​
Los alemanes habían presupuesto todo el tiempo que el comando palestino era estaba integrado por solo «cuatro o cinco» terroristas, de acuerdo con lo que Genscher y Tröger habían visto en el interior del Connollystraße 31. Sin embargo, durante el traslado desde el ómnibus a los helicópteros, el equipo de crisis descubrió que en realidad eran ocho. Esta información nunca fue recibida por los francotiradores.
Los cinco francotiradores alemanes que fueron escogidos para emboscar a los secuestradores habían sido seleccionados porque practicaban tiro los fines de semana. Durante la investigación posterior, el oficial identificado como el "Francotirador No. 2" declaró: «Yo creo que no soy un francotirador». Los cinco tiradores fueron desplegados alrededor del aeropuerto: tres en el techo de la torre de control, uno escondido detrás de un camión de servicio y uno detrás de una pequeña torre de la señal en tierra, pero ninguno de ellos tenía alguna formación ni armamento especiales (estaban equipados con el G3, el fusil de asalto estándar de las fuerzas armadas alemanas). Los miembros del equipo de crisis –Schreiber, Genscher, Merk y el lugartneniente de Schreiber, Georg Wolf– supervisaron y observaron el intento de rescate desde la torre de control.
Tanto Cooley como Reeve y Groussard ponen como observadores en la escena al jefe del Mossad Zvi Zamir y Víctor Cohen, un asesor de alto rango de Zamir. Este último señaló reiteradamente en entrevistas que nunca fue consultado por los alemanes durante el intento de rescate y que él pensaba que su presencia les incomodaba.
A último momento, viendo que los helicópteros se estaban aproximando a Fürstenfeldbruck, los efectivos a bordo del avión votaron por abandonar su misión sin consultar al comando central. Esto dejó a los cinco tiradores para tratar de dominar a un grupo más grande y mejor armado. En ese momento, el coronel Ulrich Wegener, aide-de-camp de Genscher y más tarde el fundador de la unidad antiterrorista de élite alemana GSG 9, dijo: «¡Estoy seguro de que con esto va a explotar todo el asunto!».
Los helicópteros aterrizaron poco después de las 10:30 pm y los cuatro pilotos y seis de los secuestradores salieron. Mientras que cuatro de los miembros de Septiembre Negro redujeron a los pilotos a punta de pistola (rompiendo una promesa anterior de que no tomarían ningún rehén alemán). Issa y Tony se acercaron a inspeccionar el avión, solo para encontrarlo vacío. Al darse cuenta de que habían sido engañados, corrieron de vuelta hacia los helicópteros. Mientras pasaban al lado de la torre de control, el Francotirador 3 tuvo una última oportunidad para eliminar a Issa, que habría dejado el grupo sin líder. Sin embargo, debido a la mala iluminación, no logró ver a su objetivo y le erró, en su lugar impactando en el muslo de Tony. Mientras tanto, los alemanes dieron la orden de abrir fuego, que se produjo alrededor de las 11:00 pm.
En el caos que siguió, Ahmed Chic Thaa y Afif Ahmed Hamid, los dos secuestradores que retenían a los pilotos de helicópteros, fueron asesinados mientras que los pistoleros restantes —posiblemente ya heridos— se cubrieron, devolviendo el fuego por detrás y por debajo de los helicópteros, y de la línea de visión de los los francotiradores, disparando a muchas de las luces del aeropuerto. Un policía alemán en la torre de control, Anton Fliegerbauer, fue alcanzado por una bala perdida. Los pilotos de los helicópteros huyeron; los rehenes, atados en el interior de la nave, no pudieron. Durante el tiroteo los rehenes trataron secretamente de aflojar sus ataduras. Algunas de las cuerdas fueron encontradas mordidas después de terminar los disparos.
Los alemanes no habían coordinado el apoyo de vehículos blindados, y solo en este punto se contactó por radio a Múnich pidiendo su envío. Puesto que las rutas hacia el aeropuerto no se habían despejado, los blindados quedaron atascados y llegaron recién alrededor de la medianoche. Con su aparición, los secuestradores sintieron el cambio en el statu quo, y posiblemente entraron en pánico al pensar en el fracaso de su operación.
A las 00:04 del 6 de septiembre, uno de ellos, probablemente Issa, disparó a quemarropa con su Kalashnikov a los rehenes del helicóptero oriental. Springer, Halfin y Friedman murieron instantáneamente. Por su parte, Berger recibió dos disparos en la pierna y se cree que habría sobrevivido al ataque inicial, ya que su autopsia reveló que había muerto por inhalación de humo. Entonces, el terrorista sacó el seguro a una granada de mano y la tiró a la cabina. La explosión resultante destruyó el helicóptero e incineró los israelíes atados en su interior.
Luego, Issa corrió por la pista y comenzó a disparar contra la policía, que lo mató con fuego de respuesta. Khalid Jawad trató de escapar y fue abatido por uno de los francotiradores. Lo qué pasó con los demás rehenes sigue siendo motivo de controversia. Una investigación de la policía alemana indicó que la policía pudo haber disparado involuntariamente a algunos rehenes y uno de sus francotiradores. Sin embargo, una reconstrucción de la revista Time del suprimido informe del fiscal de Baviera, indica que un tercer secuestrador, Adnan Al Gashey, según Reeve, se situó en la puerta del helicóptero occidental y ametralló a los cinco rehenes restantes; Gutfreund, Shorr, Slavin, Spitzer y Shapira recibieron un promedio de cuatro tiros cada uno. Solo el cuerpo de Zeev Friedman estaba relativamente intacto, habiendo sido enviado fuera del helicóptero por la explosión. En algunos casos, la causa exacta de la muerte de los rehenes en el helicóptero oriental era difícil de establecer, debido a que el resto de los cadáveres quedaron casi irreconocibles debido a la explosión y posterior incendio.
Tres de los hombres que quedaban yacían en el suelo, uno de ellos haciéndose el muerto, y fueron capturados por la policía. Jamal Al Gashey había recibido un disparo en la muñeca derecha, Mohammed Safady había sufrido una herida superficial en la pierna y Adnan Al Gashey había escapado ileso. Yusuf Nazzal huyó de la escena, pero fue rastreado con perros policía unos 40 minutos más tarde en un estacionamiento. Acorralado y bombardeado con gases lacrimógenos, fue abatido después de un breve tiroteo. Para la 1:30 am, la batalla había terminado.
A las 03:24 y tras dieciséis horas de transmisión ininterrumpida, Jim McKay anunció la muerte de todos los atletas:
Como muestra de duelo, durante el acto, la bandera olímpica se izó a media asta junto con la mayoría de las banderas nacionales de los países presentes en los juegos, a excepción de los países árabes, los cuales exigieron que sus enseñas ondeasen en lo alto del mástil. Las naciones árabes de donde procedían los terroristas lo veían como una claudicación frente a Israel.
El 7 de septiembre, el equipo olímpico israelí anunció que abandonaba Múnich, siendo especialmente protegidos por las fuerzas de seguridad. Lo mismo hizo el equipo egipcio, temiendo posibles represalias.

viernes, 4 de agosto de 2017

La Historia de la Cerveza

La cerveza es tan antigua como nuestra civilización. Se cree que su origen está unido a los primeros asentamientos humanos hacia el 9.000 A.C., unidos al desarrollo de la agricultura y al abandono del estilo de vida nómade. Pero fue en Sumeria (Mesopotamia) por el 4.000 A.C. donde se tiene registro en unas tablas de arcilla de las primeras menciones de la cerveza.  Por esto se cree que los sumerios fueron los primeros en fermentar granos como la cebada, en principio por casualidad, dejando un tipo de pan afuera en la lluvia, y que luego con el calor y levaduras salvajes fermentó. Y luego ya lo hacían fermentar en tinajas de agua.
Mesopotamia luego se convirtió en el Imperio Babilónico, donde a pesar del cambio de cultura la cerveza siguió siendo una bebida muy apreciada, también porque se consideraba un alimento. Los babilonios desarrollaron el arte de hacer cerveza a un nivel superior, creando alrededor de 20 tipos de recetas diferentes de cerveza. De hecho la primera receta de cerveza de la que se tiene registro está escrita en el Código de Hamurabi.
Pero la presencia de la cerveza en la antiguedad no se limitó solo a Mesopotamia, los Egipcios también desarrollaron la cerveza, de una forma parecida. A partir de una masa de pan sin hornear que dejaban fermentar en agua y que gracias a la temperaturas y a la acción de levaduras salvajes, se convertía en cerveza. Le llamaban “zythum” o vino de cebada. Y la  perfumaban con canela, miel y a veces las mezclaban con frutos, como dátiles.
Alrededor del mundo también habían otras bebidas parecidas a la cerveza que se fermentaban a partir de granos. Por ejemplo, en el imperio inca hacían la “chica” a partir del maíz, los chinos hacían un tipo de cerveza llamado “Kiu” en base a trigo, cebada, mijo y arroz, e incluso en la antigua Britania elaboraban cerveza a base de trigo malteado antes de que los romanos introdujeran la cebada. Dicen que el amor por la cerveza, influyó en que los distintos pueblos nómades dejaran su estilo de vida nómade, en favor de una existencia basada en la agricultura.
Bajo el Imperio Romano, se dice que la cerveza vivio una época “oscura” opacada por el vino, que se considerada la bebida de los dioses. Pero en realidad la cerveza estaba viva y disfrutando de buena salud en los países del norte de Europa que rodeaban al imperio, donde cultivar uvas era mucho más difícil que obtener granos. Allí la cerveza era la bebida del puebloy quizás, por el éxito que tenía en estas regiones donde habitaban los pueblos bárbaros, cuya tribu más importante eran los germánicos (ubicados al norte de Europa, Alemania y sur de Francia), es que esta bebida quedó estereotipada como la preferida de los hombres “rudos”.
En la Edad Media, fueron los monjes de los países del norte de Europa, como Bélgica, quienes perfeccionaron el proceso de elaboración, incorporando el uso del lúpulo, planta que le otorga el característico sabor amargo a la cerveza y ayuda a su conservación. Luego esta receta se popularizó por todo el mundo. Por el tipo de clima frío, otros países del norte de Europa como Alemania e Inglaterra se convirtieron a su vez en grandes productores de cerveza. Entre los siglos XIV y XVI surigeron las primeras fábricas de cerveza, entre las que destacan las de Hamburgo y Zittau. A fines del siglo XV, el duque de Baviera Guillermo IV promulgó la primera ley de pureza de la cerveza alemana, que establecía para su elaboración el uso de malta de cebada, agua, lúpulo y levadura, nada más.
Luego en el siglo XVIII, con la revolución industrial, llega la época de oro de la cerveza donde se masifica gracias a la incorporación de la máquina de vapor a la industria cervecera y al descubrimiento de la técnica de elaboración en frío. Esta etapa finaliza a mitad del s.XIX cuando Luis Pasteur, descubre la levadura de alta fermentación, lo que posibilitó el control preciso de la transformación del azúcar en alcohol. Así los productores de cerveza ya no dependían de la levadura salvaje que se transportaba en el aire para la fermentación y pudieron desarrollar cervezas de mayor calidad y variedad. Durante este siglo, los cerveceros checos y alemanes, desarrollaron una cerveza de mejor aspecto, cervezas filtradas y más claras, como las cervezas Lager  y las Pilsen checas.
Durante el siglo XX comenzó la produccion en masa de cerveza, donde a veces la cantidad privilegia a la calidad. En la actualidad, los principales países productores son Estados Unidos, Alemania, Rusia, , México, Reino Unido, Brasil y China.

viernes, 28 de julio de 2017

A 60 años del terremoto del 57...¡Cuando el Ángel voló!

El  terremoto de la madrugada del 28 de julio de 1957 hizo que el edificio de departamentos de la esquina de Frontera y Álvaro Obregón, en la colonia Roma, cayera piso sobre piso, sepultando a 12 familias.

Ese fue el punto más trágico de aquel sismo que, además, derribó el Ángel de la Independencia, provocó 59 muertos y aceleró el cierre de media docena de enormes cines de la Ciudad de México.
El sacudón de tierra se originó en Acapulco, a las 2:40 de la mañana, con una fuerza calculada de 10 puntos en la escala de Mercalli. Las ondas sísmicas llegaron con fuerza de siete grados.
Excélsior tuvo tiempo aún de titular su edición del domingo 28 “Espantoso sismo”, y anunciar “espectaculares derrumbes”.
El primer saldo publicado en la mañana del domingo era de cuatro muertos, pero se advertía que el tamaño de los daños de los 25 derrumbes contabilizados hasta ese momento arrojarían más víctimas.
Además del incipiente recuento de daños, se dio cuenta de que la Victoria alada que coronaba la Columna de la Independencia, el simbólico Ángel, había caído, y yacía abollado, sin cabeza, al pie del monumento.
Los parroquianos que bailaban en los centros nocturnos de aquella madrugada salieron despavoridos hacia San Juan de Letrán, Juárez y Bucareli. Se calcula que un cuarto de millón de pesos dejó de pagarse en las cuentas de cenas y alcohol por la huida intempestiva.
Registro diario
Así cuenta la crónica del diario aquellos primeros momentos de terror: “Muchas gentes se habían lanzado a las calles vistiendo ropas menores y las tinieblas eran impresionantes, porque todo quedó sumido en la más profunda oscuridad, lo que contribuía a hacer más impresionante el cuadro”.
En las notas se describe que las escaleras de las aún novedosas unidades habitacionales Juárez y Presidente Alemán, se habían caído, dejando familias aisladas en sus pisos.
El techo de la entonces en construcción Nave Central de La Merced se vino abajo. En los hoteles, los turistas se  apiñaron en los pisos inferiores ante el temor de un nuevo terremoto.
El regente Ernesto P. Uruchurtu y el presidente Adolfo Ruiz Cortines recibían informes y delegaban responsabilidades desde sus casas.
“El peor sismo de que se guarda memoria aquí”, señalaba la edición de mediodía de Excélsior, donde se relató que cientos de personas peregrinaron esa mañana a la Basílica de Guadalupe para dar gracias por sobrevivir al terremoto.
Así lo relató el reportero Carlos Denegri: “La capital de la República hace esta mañana el balance de sus ruinas, llora a sus muertos y pide a dios por su Ángel de la Independencia que esta madrugada cayó desde lo alto de su histórico pedestal a los pies de la ciudad aterrada”. “Son incalculables los daños materiales, algunas calles de la ciudad se han abierto, el temblor no respetó zona ni jerarquía sociales”.
La gran sorpresa de los capitalinos fue que la recién inaugurada Torre Latinoamericana quedó intacta por el terremoto. Ni uno de sus vidrios se rompió por el sismo.
Los caseros en la capital aprovecharon para lanzar a inquilinos a la calle, argumentando que revisarían edificios y les darían mantenimiento.
En los días siguientes se informó que el saldo total de muertos fue de 59 y se anunció que habría revisiones en edificios para garantizar que nunca más en la historia de la capital hubiera un desastre de esa magnitud.
Veintiocho años después, sin embargo, dos sismos causaron más de 10 mil muertos en la Ciudad de México.
Afectados
Además de la pérdida de vidas, algunos de los lugares más emblemáticos de la capital se perdieron para siempre; en otras partes de la República también se padeció la tragedia:
En la esquina de Frontera y Álvaro Obregón, en la céntrica colonia Roma, en el predio donde hoy hay un hotel, murieron 33 personas aplastadas y se calcula, según los reportes periodísticos, que unas cinco mil personas estuvieron atentas a los rescates tras las vallas policiacas.
Fueron cerrados los enormes cines Colonial, Ópera, Gloria, Goya, Titán, Majestic, Capitolio, Cineac, Roble, Insurgentes, Encanto y Cervantes, dejando a 70 cinematógrafos sin empleo.
No sólo el Distrito Federal sufrió daños por el terremoto. En Chilpancingo se derrumbó un tercio de las casas, y en el puerto de Acapulco se relata que el mar se retiró 30 metros y provocó un tsunami que arrasó la costera.
Fuente: Excelsior

sábado, 24 de junio de 2017

NUESTRO MUNDO

Our world fue la primera producción de televisión satelital internacional en vivo, que fue transmitida el 25 de junio de 1967.Fueron invitados artistas de 14 países, entre los que estuvieron The Beatles, la cantante de ópera Maria Callas y el pintor Pablo Picasso, quienes fueron invitados a realizar o aparecer en segmentos separados para mostrar a sus respectivas naciones. El evento de dos horas y media de duración tuvo la mayor audiencia de la televisión jamás hecha hasta la fecha: un estimado de 400 millones de personas en todo el mundo vieron la emisión. El segmento más famoso fue el del Reino Unido protagonizado por The Beatles, en donde interpretaron en vivo "All You Need Is Love" por primera vez para cerrar la emisión.


Los créditos de inicio fueron acompañados de la canción del programa, cantada en 22 idiomas por los Niños Cantores de Viena.
La participación canadiense comenzó con una entrevista a Marshall McLuhan desde el centro de control de un estudio de televisión en Toronto. A las 7:17 p. m. GMT, la transmisión se dirigió a Estados Unidos, con énfasis en una conferencia sobre la paz mundial celebrada en Glassboro, Nueva Jersey entre el presidente estadounidense Lyndon Johnson y el primer ministro soviético Alexei Kosygin. Como la transmisión no admitía la presencia de políticos, solo la sede de la conferencia fue mostrada. Dick McCutcheon, de la National Educational Television (NET) terminó este segmento hablando del impacto de la tecnología televisiva en una escala global. A las 7:18 p. m. GMT, la transmisión volvió a Canadá, mostrando escenas de rancho en Ghost Lake (Alberta) y la playa de Kitsilano en Vancouver.
A las 7:20 p. m. GMT, la transmisión se dirigió a la ciudad japonesa de Tokio, mostrando escenas de la construcción del metro de la ciudad (4:20 a. m., hora local). A las 7:22 p. m. GMT, comenzó el segmento australiano (5:22 a. m., hora del este de Australia). Este segmento fue el punto más complicado de toda la transmisión, ya que las estaciones terrenas en Australia y Japón tenían que hacer acciones inversas. Tokio tenía que ir del modo de transmisión al modo de recepción, mientras que Melbourne debía cambiar de recibir a transmitir. El segmento australiano mostraba a los tranvías de Melbourne saliendo del depósito mientras que Brian King (de la ABC) explicaba que faltaban varias horas para el amanecer debido a que era invierno en Australia. Más tarde, un segmento científico fue incluido. En ese segmento, se mostraba a científicos del observatorio Parkes rastrear un objeto lejano en el espacio.
También se incluyeron en la transmisión (entre otros segmentos) nacimientos en Japón, México, Dinamarca y Canadá (siendo el bebé canadiense una persona de la etnia Cree) y una escena en Italia, siguiendo al cineasta Franco Zefirelli mientras filmaba la película "Romeo y Julieta".
El segmento más conocido de la transmisión se originó en suelo británico, donde la agrupación Los Beatles dio un recital en vivo. A las 9:36 p. m. GMT, la banda interpretó All You Need is Love, una canción escrita principalmente por John Lennon especialmente para la ocasión.

La actuación en directo de The Beatles fue, el tramo más popular de aquella histórica emisión. El lugar elegido fue el mítico estudio 1 de la calle Abbey Road de Londres, donde Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr estrenaron una canción compuesta especialmente para la ocasión. El éxito de la convocatoria, el alcance mediático del evento histórico y la audiencia millonaria completaron la fórmula perfecta para que el single se acabara convirtiendo en una de sus canciones más populares, casi un himno mundial: Todo lo que necesitas es amor, All you need is love, con La Marsellesa en los primeros compases. Había nacido un clásico.

sábado, 3 de junio de 2017

Variaciones Enigma de Sir Edward Elgar

Variaciones sobre un tema original para orquesta Op. 36 "Enigma", comúnmente referidas como "Variaciones Enigma" es una serie de catorce variaciones musicales compuestas por Edward Elgar en 1899. Es una de las obras de Elgar más conocidas, tanto por la música en sí, como por el enigma que se esconde tras ella. Elgar dedicó la obra a "mis amigos retratados en ella" ; cada variación muestra un emotivo retrato de algunas de sus relaciones sociales más cercanas.
Se cuenta que un día de 1898, después de una extenuente jornada de enseñanza, Elgar soñaba frente al piano. Una de las melodías que improvisó llamó la atención de su esposa, y como le agradó, le pidió que la repitiera. Entonces, para entretener a su mujer, empezó a improvisar variaciones, cada una retratando a un amigo, o al estilo musical que podría usar. Más adelante, Elgar expandió estas variaciones y las orquestó, formando las "Variaciones Enigma"
Fue estrenada en Londres el 19 de junio de 1899, bajo la dirección de Hans Richter. La crítica al principio se irritó por la apariencia complicada de la obra, pero luego la sustancia, estructura y orquestación produjo su admiración. Desde entonces se convirtió en una pieza muy exitosa.