sábado, 12 de diciembre de 2015

EL DÍA QUE GARDEL SALVÓ LA VIDA A FRANK SINATRA


Cuenta la leyenda que en el invierno de 1934, Carlos Gardel había llegado a Nueva York para filmar algunas películas, y en sus recesos regalaba su elegante voz a los estadounidenses por las ondas de la cadena WEAF-NBC, a dónde una noche fue a escucharlo (un poco obligado por su novia y un poco por amor a la música) un joven ítaloamericano, fanático de los problemas, llamado Francesco Albertino Sinatra Agravantes, más tarde conocido como Frank Sinatra.

El muchacho, hijo de genovesa y siciliano, que a sus apenas 18 años de edad era toda una joyita habiendo sido expulsado de la escuela tras innumerables amonestaciones por su carácter provocador, tuvo que incursionar como camionero, repartidor de diarios, cadete y en una infinidad de empleos que siempre abandonaba, lo que lo llevó a caminar al filo de la ley como mandadero de mafiosos e ingresando algunas veces a comisarías. Sí, su vida ya era un desastre.

Regresando a la noche en que conoció al astro del tango y la milonga, Sinatra queda embelesado al escuchar a Gardel y cuando termina el programa se atreve a acercarse junto a su novia Nancy para saludarlo. Medio en italiano y medio en castellano se establece el diálogo. Gardel le pregunta a qué se dedica y Sinatra calla, notándosele avergonzado.

Nancy entonces le cuenta a Gardel que su novio está desperdiciando su talento ya que tiene una voz muy hermosa, y en vez de cultivarla anda todo el día con otros malandros. Gardel entonces le pone una mano en el hombro y le dice a Sinatra: “Mirá ragazzino, cuando yo tenía tu edad, andaba allá en Buenos Aires como vos andás ahora en Nueva York. Pasaba todo el día en compañía no muy recomendable cerca del mercado de Abasto, con squenunes como los que vos frecuentás. Especialmente con unos malandrinos genoveses, los fratelli Traverso, cuyo padre tenía una fonda llamada O´Rondeman, que era una guarida de la Mano Negra, la Camorra y tutti cuanti. Lógicamente cada dos por tres me portaban en galera. No te voy a decir que ahora soy un santo, pero el cantar no solo me dio fama y fortuna, también me apartó de ese ambiente donde solo me esperaba pudrirme en la cárcel o morir violentamente”.

Sinatra lo escuchaba atentamente y en algún momento se atreve a preguntar: “Mister Gardel, ¿usted qué me aconseja que haga?”.

Gardel le contesta: “Por lo pronto ragazzino, aprovechá que estás aquí en la radio y anótate en un concurso de cantantes que creo que se llama “Major Bowes Amateur Hour”. Hacélo ragazzino que con probar nada se pierde”.

Sinatra le hizo caso, se presentó a ese concurso acompañando al trío Three Flashes, que para la ocasión se hicieron llamar Hoboken Four y ganaron el primer premio, lo que les llevó a una gira patrocinada por el programa. Y así comenzó el ascenso del gran Sinatra, gracias al buen consejo de Gardel. Pero la historia no termina ahí.

Muchos años después, en 1981 cuando Sinatra se presentaba por primera y única vez en Argentina, y tras brindar uno de sus mejores conciertos, muy pocos se enteraron que Sinatra el día anterior, convenientemente camuflado para tratar de pasar de incógnito, se hizo llevar hasta la zona del Abasto. Había pedido previamente al agregado cultural de la Embajada de EE.UU. que lo acompañara, y que tratara de ubicar dónde había estado el café O´Rondeman. Este lo condujo a la esquina de Aguero y Humahuaca, donde un terreno baldío dejaba ver algunos viejos cimientos.

Sinatra sacó de su sobretodo una amarillenta entrada de un espectáculo radial de 1934, la besó, la enterró y para asombro de todos gruñó, melódicamente, en un castellano casi fonético:“¿Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy, el Pardo Augusto, Flores y el morocho Aldao,… los guapos del Abasto que rimaron mi cantar”. Y en voz fuerte para que todos lo oyeran, La Voz agregó: “Thanks for helping me to live, Mister Gardel”.

Escrito por Daniel León

 

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