martes, 22 de diciembre de 2015

LA MUERTE DEL GENERAL JOSE MARIA MORELOS Y PAVON

 
Después de largos interrogatorios ante los tribunales Civil, Militar y Eclesiástico, y por la Inquisición,  donde fue torturado, el General José María Morelos y Pavón, es condenado a morir fusilado, hincado y por la espalda el 22 de diciembre de 1815, en San Cristóbal Ecatepec, hoy Estado de México. Fue un día viernes a las tres de la tarde, el cielo estaba nublado y amenazaba con llover. Tenía 50 años.
El 22 de diciembre dé 1815, antes de morir, al llegar a San Cristóbal y sentarse a la mesa a comer, junto al Coronel realista Manuel de la Concha y el padre Manuel Salazar; al contemplar la Iglesia del lugar Morelos dijo: "Señor Concha, me gusta la construcción de esta Iglesia, me recuerda la mía, la de Caracuaro". Allí comentaron temas diversos de Michoacán y la fertilidad de sus campos. Y aquí Morelos agrego: "Donde yo nací fue el Jardín de la Nueva España", y enseguida el Coronel Concha le preguntó: "me han dicho que  usted nació en un pueblecito cercano a Valladolid". "No, señor, -contesto Morelos-, nací en Valladolid, pero como desde niño tuve una vida errante, pocas veces permanecí en la ciudad”.
Al terminar la comida Concha pregunto a Morelos: "¿Sabe usted señor General a que hemos venido aquí, .. ? “Me imagino…a morir" contesto Morelos. En esos momentos de silencio, entraron varios oficiales que traían al Vicario del pueblo y Concha dijo, "tómese usted todo el tiempo que necesite, señor General".
"Amigos e hijos míos, primero fumaremos un puro, pues es mi costumbre después de comer", dijo Morelos. Al poco tiempo, a una señal de Concha, se apartaron todos dejando solos a Morelos y al Vicario para rezar los Salmos Penitenciales. No habían concluido, cuando se escucharon los golpes de los tambores. Entró la escolta que debía conducirlo al suplicio. El Coronel realista se adelantó. "No nos mortifiquemos más” dijo Morelos y prosiguió: “vamos, Señor Concha, venga un abrazo" ¡Señor general! "Nada de aflicciones, será el último” Contesto el Siervo de la Nación.
Morelos sacó su reloj, vio la hora; eran las tres de la tarde, se ajusto su saco y dijo: "esta será mi mortaja". Se acercó a la escolta y pidió un Crucifijo; dijo al tomarlo entre sus manos "Señor si he obrado bien, tú lo sabes, y si mal, me acojo a tu infinita Misericordia". No permitió que otros le vendaran los ojos; el mismo se los vendó con un pañuelo blanco. Le ataron los brazos con los portafusiles de dos de los soldados que lo conducían. Arrastrando con dificultad los grilletes que llevaba en los tobillos de los pies, fue llevado al recinto exterior del edificio; al escuchar al oficial que mandaba la escolta hacer una señal en el suelo con su espada; les dijo a los soldados: "¿Aquí me he dé hincar?" y le contestó el padre Salazar que iba a su lado: "Sí señor, haga usted de cuenta que aquí fue nuestra redención".
Tras la primera descarga de cuatro disparos; Morelos cayó atravesado por la espalda, moviéndose todavía y quejándose, le dispararon cuatro más, que acabaron con su vida.

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