jueves, 29 de septiembre de 2016

Palacio de Bellas Artes 1934~2016


Al iniciarse el siglo XX Porfirio Díaz encargó al arquitecto italiano Adamo Boari el proyecto de un imponente Teatro Nacional que reemplazaría al levantado durante la época de Santa Anna y daría un mayor brillo a su régimen. La obra no se concluyó de acuerdo a su intención original, por razones que iban, desde las económicas (aumento de costos), técnicas (el hundimiento del edificio que se hizo notar desde los primeros años de su construcción), hasta las políticas (el estallido del movimiento revolucionario iniciado en 1910). A partir de 1912 transcurrieron los lustros sin avances de importancia en la obra. Finalmente, en 1932, Alberto J. Pani, a la sazón Secretario de Hacienda, y Federico Mariscal -arquitecto mexicano, discípulo de Boari- asumieron la responsabilidad de dar término a la ya entonces vieja edificación. Pronto se percataron de que no se trataba propiamente de concluir el teatro porfiriano, sino de pensar cuidadosamente en el nuevo destino del edificio tras los importantes cambios experimentados por México, particularmente en el campo cultural. En un documento de 1934, Pani y Mariscal narran la historia:
“La construcción del palacio de Bellas Artes ha atravesado por innumerables peripecias durante un largo periodo de treinta años que coinciden en nuestra historia con una transformación radical de la sociedad".
“Desde el momento, en 1904, en que se echaron los cimientos de lo que debió ser el suntuoso Teatro Nacional, hasta el momento, en el año de 1934, en que se abre al pueblo todo, para su servicio, un Palacio de Bellas Artes, han ocurrido cambios tan hondos que aún en la historia de la construcción se reflejan.”
A continuación, Pani y Mariscal se remontan a las dos primeras épocas de la construcción del teatro, en las décadas iniciales del siglo, para ocuparse luego del período en que actuaron, mismo que ahora nos interesa:
“En la tercera época, que comprende solamente los años de 1932 a 1934, se gesta y realiza la nueva concepción. El nombre de Palacio de Bellas Artes la define con claridad suficiente para advertir que no sólo ha desaparecido el Teatro Nacional de la aristocracia porfirista -por lo menos tal como se concibió en un principio- sino que se ha dotado a la Nación de un centro indispensable para organizar y presentar sus manifestaciones artísticas de todo género, teatrales, musicales y plásticas, no dispersas e ineficaces como hasta ahora, sino debidamente articuladas en un todo coherente que pueda llamarse el arte mexicano".
Esta es la idea con el que el régimen revolucionario, llegado a su plenitud, en vez de concluir el Teatro Nacional, ha construido en realidad un edificio nuevo -el Palacio de Bellas Artes- que ya no albergará las veladas de una aristocracia imposible, sino el concierto, la conferencia, la exposición y el espectáculo, que señalen todos los días la ascensión de un arte como el nuestro...”
El documento insiste en la postura adoptada por Pani:
“...si la obra no responde a una necesidad social, puede quedar definitivamente abandonada. No se trata ahora de concluirla por concluirla, sino de examinar hasta que punto se impone el sacrificio económico que demanda su conclusión.”
Finalmente, Pani y Mariscal hacen una descripción detallada de las modificaciones impuestas al proyecto de Boari para dar al edificio el nuevo uso que consideraban indispensable, dichas modificaciones se refieren a los cambios necesarios para permitir al palacio cumplir su gran diversidad de funciones. Esta idea era revolucionaria para la época, y aunque ahora ya estamos acostumbrados a ella no debemos perder de vista que el lugar primordial que este edificio ocupa desde entonces en la cultura mexicana está directamente vinculado a la metamorfosis que experimentó su concepción en 1932. La bulliciosa actividad que se desarrolla durante el día en el palacio de Bellas Artes, con el público que asiste a visitar sus exposiciones temporales, a admirar sus murales (los de Rivera y Orozco fueron encargados para la inauguración del Palacio en 1934; después se elaboraron los de Siqueiros, Tamayo y González Camarena), a la presentación de un libro o a escuchar una conferencia, sería impensable si el edificio se hubiera terminado de acuerdo a los propósitos de Porfirio Díaz. La concepción de Pani y Mariscal es un excelente testimonio de la creatividad cultural que México experimentaba a plenitud en las décadas que siguieron a la Revolución.
Pani mismo había intervenido en 1925 en la gestación de otra institución nacional nacida de la Revolución: el Banco de México, alojado igualmente en un edificio porfiriano cuyo interior fue modificado para su destino definitivo por Carlos Obregón Santacilia utilizando el lenguaje decorativo conocido ahora como art déco. Como en el caso del Palacio de Bellas Artes, el nacimiento del banco imponía darle, en la medida de lo posible un rostro acorde a la nueva época.
A lo largo de las primeras décadas del siglo XX la arquitectura y las artes decorativas buscaban en todo el mundo nuevos caminos, urgidas de una renovación que el siglo XIX no había podido encontrar. El art nouveau fue un intento fallido en este sentido, y a partir del mismo, un arquitecto vienés, Adolf Loos, proclamaría en 1908 que todo ornamento debería ser considerado un delito.
Con su propia obra puso los cimientos de la nueva arquitectura racionalista, de escuetos volúmenes geométricos, pero también estableció, con otro vienés, Josef Hoffmann, las líneas fundamentales del art déco, que se desarrollaría en la década de 1920 como una reacción frente a propuestas más radicales.
No disfruta el art déco de buena fortuna crítica. La mayoría de las historias de la arquitectura moderna lo ignoran o desdeñan por su anacronismo. Los historiadores serios de la arquitectura que se ocupan del mismo lo hacen sólo de paso, y posiblemente esta actitud no habrá de variar en lo futuro. Los italianos Manfredo Tafuri y Francesco dal Co, autores de una de las más sólidas historias de la arquitectura del siglo XX, dedican al art déco un par de párrafos que, en su brevedad, son tal vez la mejor caracterización que se puede hacer de este estilo. Analizan, en primer lugar las razones de su éxito en Estados Unidos:
"...los motivos decorativos y alegóricos exaltan valores e imágenes fácilmente asimilables, a partir simpre de soluciones rígidamente predeterminadas en el plano económico y tecnológico. [..] La arquitectura art déco se adapta a las más diversas situaciones: la excentricidad de sus decoraciones satisface las intenciones publicitarias de las grandes empresas y una solemne simbología cualifica las sedes de las corporaciones y los edificios públicos. Los lujosos interiores, el juego extenuante de las líneas ascendentes, la recuperación de las más variadas soluciones ornamentales, el empleo de los materiales más refinados, todo ello resulta adecuado para incorporar un nuevo "gusto" y una nueva "calidad" de masas al flujo caótico del consumo metropolitano."
Tafuri y dal Co analizan igualmente el contexto de la Exposición de Paris del año de 1925 que puso en circulación al art déco.
"En esencia, la operación se reducía al lanzamiento de una moda y de un nuevo gusto de masas, capaces de interpretar las ambiciones de renovación típicamente burguesas, sin caer en el provincianismo pero ofreciendo una garantía de moderación y fácil asimilación. Se trata de un gusto que alcanzará una enorme influencia en un amplio sector de la arquitectura norteamericana, asegurando, en Francia, una mediación tranquila entre vanguardia y tradición."
Justamente esta situación de compromiso entre la vanguardia y el pasado hizo que el art déco resultase particularmente adecuado para concluir un edificio como el Palacio de Bellas Artes, iniciado treinta años atrás en el lenguaje de una tradición ya extinta. El altísimo vacío bajo las cúpulas que cubren el gran vestíbulo del edificio, en torno al cual giran los espacios de exposiciones, permitía desplegar en él, de manera espectacular, "el juego extenuante de las líneas ascendentes". Las corrientes nacionalistas presentes entonces en el arte mexicano encontrarían también en el art déco el soporte adecuado para aplicar en el Palacio "los motivos decorativos y alegóricos [que] exaltan valores e imágenes fácilmente asimilables", aprovechando toda oportunidad para sorprendernos con "la excentricidad de sus decoraciones" y "una solemne simbología ", sin olvidar "la recuperación de las más variadas soluciones ornamentales [y] el empleo de los materiales más refinados". No pueden encontrarse mejores palabras que las anteriores para describir, entre otros ornamentos, los motivos mexicanos -máscaras mayas, cactos-, de acero pulido y bronce que tanto llaman la atención de los visitantes del Palacio.
Un sobrino de Alberto J. Pani, el joven arquitecto Mario Pani, recién egresado de la École des Beaux-Arts de París, sirvió de enlace para que la firma francesa Edgar Brandt, muy prestigiosa y cuyo auge coincidió precisamente con el art déco, proveyese los elementos decorativos mencionados (a los que hay que agregar canceles, puertas, barandales, pasamanos, lámparas y algunas piezas del mobiliario) que forman parte tan importante de la decoración de la sala de espectáculos, el vestíbulo y las áreas de exposiciones. El resto del impresionante efecto de estos espacios se logró con un notable despliegue de mármol y ónix nacionales de raro colorido. Por último, el revestimiento de la cúpula que remata el exterior del Palacio fue proyectado en el mismo estilo por Roberto Álvarez Espinoza empleando nervaduras de cobre sobre las armaduras metálicas y recubrimientos cerámicos de tonos metálicos y angulosa geometría en los gajos que separan los nervios. Estas cúpulas, cuya gradación cromática pasa del naranja al amarillo y al blanco, constituyen uno de los rasgos más característicos del Palacio y representan la expresión más importante del art déco en el exterior del mismo.


Pero no es sólo el exitoso efecto que se obtuvo en el edificio, con la exquisita decoración que permitió concluirlo, lo que debe llamar ahora nuestra atención. Como ya se dijo, conviene recordar que tras los maravillosos mármoles, aceros, bronces y cristales art déco que vemos ahora, se levanta también, desde su inauguración el 29 de septiembre de 1934, uno de los más originales proyectos de difusión artística llevados a cabo en cualquier lugar del mundo, concebido -no por azar- durante un momento de particular intensidad en la historia cultural de nuestro país: el Palacio de Bellas Artes.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Definición Moderna de Metro

El 28 de septiembre se cumplen 127 años de que la Primera Conferencia General de Pesos y Medidas definiera el metro como la distancia entre dos líneas en una barra de platino e iridio.

La historia del metro como unidad de longitud empezó cien años antes. En la Revolución francesa de 1789, junto a otros desafíos considerados necesarios para los nuevos tiempos, se nombraron Comisiones de Científicos para uniformar los pesos y medidas, entre ellos la longitud.

La tarea fue ardua y complicada; se barajó como patrón la longitud del péndulo en un segundo a la latitud de 45 grados, pero acabaría descartándose por no ser un modelo completamente objetivo. Se acordaría, por fin, medir un arco de meridiano para establecer, sobre él y por tanto sobre la propia Tierra, el patrón del metro, cuya etimología es la palabra griega 'metron', que significa medida.

Los encargados de dicha medida fueron Jean Baptiste Joseph Delambre y Pierre Méchain, quienes entre 1791 y 1798 y mediante un sistema de triangulación desde Dunkerque a Barcelona, establecieron la medida de dicho arco de meridiano sobre la que se estableció el metro, informa Wikipedia.

Inicialmente, esta unidad de longitud fue creada por la Academia de Ciencias de Francia en 1792 y definida como la diezmillonésima parte de la distancia que separa el polo de la línea del ecuador terrestre, a través de la superficie terrestre. Si este valor se expresara de manera análoga a como se define la milla náutica, se correspondería con la longitud de meridiano terrestre que forma un arco de 1/10 de segundo de grado centesimal.

Finalmente, el 28 de septiembre de 1889 la Comisión Internacional de Pesos y Medidas adoptó en su primera conferencia nuevos prototipos para el metro y, después, para el kilogramo, los cuales se materializaron en patrones de aleación de platino e iridio depositados en los subterráneos de la Oficina de Pesos y Medidas en Sèvres, a las afueras de París.

Estos patrones se utilizaron hasta 1960. Desde 1983, la definición vigente del metro es la "distancia recorrida por la luz en el vacío en 1/299792458 partes de un segundo", dada en la XVII Conferencia General de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas.

Firma del Acta de Independencia

viernes, 16 de septiembre de 2016

El Estandarte que Lideró una Nación

Existe un gran vacío en museos mexicanos respecto a la comprensión de la Independencia; sobre todo, una ausencia total del estandarte de Miguel Hidalgo.
En muchos museos mexicanos que hacen referencia al devenir histórico del país es notable una ausencia destacada. En su muestra museográfica existe un gran vacío respecto a la comprensión de “El Movimiento de Independencia” y por tanto del futuro desarrollo de una nueva realidad mexicana.
Concretamente, en los espacios dedicados a la Independencia es notable la ausencia total de cualquier referencia al estandarte de Miguel Hidalgo y Costilla con la imagen de la Virgen de Guadalupe, salvo contadas excepciones, como en el caso del propio original de Miguel Hidalgo y Costilla exhibido actualmente en el Museo Nacional de Historia (MNH) “Castillo de Chapultepec”.
Esta obra está firmada por el pintor novohispano, Andrés López, quien lo realizó en 1805. Es un lienzo de lino de 183 cm de alto por 113 cm de ancho, preparado para recibir pintura al óleo. La tela de lino está montada sobre una tela de algodón que le sirve de sostén. Sin su conocimiento es imposible entender el desarrollo histórico del origen de una nueva y gran Nación, más aún cuando se llega a confundir en determinados casos el estandarte original con el blasón posterior.
La Independencia mexicana no puede ser estudiada sin la evocación especial de la Virgen de Guadalupe. Más allá de la posible mención en el propio Grito de Dolores del conocido “¡Viva, pues, la Virgen de Guadalupe!” o “… escogemos por nuestra patrona a María Santísima de Guadalupe” por Miguel Hidalgo y Costilla, la exaltación de la Virgen de Guadalupe es claramente un símbolo de unión americana.
En este levantamiento se consuma el imaginario que iniciaron personajes destacados como Carlos María de Bustamante, que desde 1804 se declara Guadalupano, reforzando el patriotismo criollo. Este imaginario lo adopta uno de los movimientos más importantes de la Independencia, “Los Guadalupes”, que contribuyeron a la lucha con sus ideas, con su dinero, con su información, como grupo comprometido con los insurgentes. El concepto venía de una realidad más profunda, si tenemos en cuenta la elección de la Virgen de Guadalupe para hermanar al Rey con sus súbditos novohispanos, sin importar su calidad. Esta jura (1734) no tomaba en cuenta si eran españoles, mestizos, indios o pertenecientes a las castas, libres o esclavos.
Una de las pinturas más populares de la época previa a la Independencia fue la de Juan Patricio Morlete Ruiz (1761), inspirado en el grabado de Sebastián Klauber. Esta imagen pronto se opondría a la Virgen de los Remedios como representativa de insurgentes frente a españoles. Desde la insurgencia, la Virgen de Guadalupe es mirada con recelo por los partidarios del gobierno español en contra de la proclama de la Virgen de los Remedios, poniendo cierta especie de pugna y rivalidad entre las dos imágenes. A la primera se le mira como americana, y a la segunda como española, como si no fuese una misma bajo diversas advocaciones. Esto no quiere decir que la sociedad hiciera tal distinción; más bien, fue políticamente hablando, que en el aspecto religioso y humano.
Miguel Hidalgo y Costilla toma, o según otros autores se le ofrece, un lienzo al óleo de la Virgen de Guadalupe, el mismo que es considerado como la bandera de guerra. Se tomó al paso de la parroquia de Atotonilco el 16 de septiembre de 1810, al mediodía, viniendo de la congregación de Dolores rumbo a la villa de San Miguel el Grande, mostrando así una imagen que como estandarte unificara el ideario del movimiento. Los partes militares pronto registraron la captura de al menos dos lienzos guadalupanos en la batalla de Aculco y un año después en el Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, Félix María Calleja capturó cinco banderas y dos estandartes. De los siete, cuatro contenían a la Virgen de Guadalupe.
La confusión histórica entre el estandarte y el blasón de Hidalgo nació en algún momento de la segunda mitad del siglo XIX y se reforzó posteriormente con la obra del pintor español Antonio Fabrés, que realizó una pintura de Miguel Hidalgo y Costilla (1905) para adornar lo que hoy llamamos la Galería de los Presidentes en Palacio Nacional. En ella, Hidalgo enarbola el Blasón con los escudos de la Casa de Borbón y las Provincias franciscanas de San Pedro y San Pablo en Michoacán junto a la inscripción en latín por medio de abreviaturas y monogramas de “Viva María Santísima de Guadalupe”. No debemos confundir por tanto estas dos representaciones: el estandarte y el blasón.
Este estandarte de la Virgen de Guadalupe no debe ser privado de un espacio público que dote de significado al movimiento de Independencia de México para su reconocimiento y admiración. Es necesario reivindicar en los espacios de museos, donde traten la Independencia, la incorporación de una réplica del mismo y correspondiente al estandarte de Miguel Hidalgo y Costilla conservado en el Museo Nacional de Historia (MNH) “Castillo de Chapultepec”. Dicha réplica podría obtenerse en semejanza mediante la fotografía en alta resolución del original para después ser impresa y situarla en un bastidor que sea lo más fielmente posible al original de la época. De este modo se dotará al conjunto de mayor fuerza y facilitará la comprensión de los hechos históricos mediante el hilo conductor que caminaba hacia la autodeterminación e independencia bajo la atenta mirada y protección de la Virgen de Guadalupe como estandarte de una nueva y preciada realidad.
Centro de Estudios Guadalupanos (CEG) UPAEP 2015.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Día del Locutor

A la hora de los quehaceres domésticos, al conducir el automóvil o como un fiel acompañante para no sentirse solo, cuando uno enciende la radio y escucha la voz detrás del micrófono se produce una conexión que ha sido calificada como mágica tanto por receptores como por emisores.

Esa voz es la de los locutores, personas especializadas en entretenimiento, cultura o noticias, entre otras, que provocan toda una serie de emociones en los radioescuchas.

Para reconocer el trabajo de los locutores, se decidió tener un día dedicado a estos en la República Mexicana, el cual fue instituido en 1957 por Francisco Neri Cano y que se celebra cada 14 de septiembre desde ese año.

Durante la primera celebración, en 1957, los integrantes del gremio de profesionales del micrófono instituyeron también la elección de la reina de los locutores, siendo Elsa Aguirre la primera en ser condecorada con ese título.

En la década de los sesenta, el entonces presidente Adolfo López Mateos instituyó el día oficialmente como festividad nacional, para dar honor a quienes día a día se entregan a su público en el que sigue siendo hoy en día un medio preferido por muchos.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Academia Mexicana de la Historia

La Academia Mexicana de la Historia, correspondiente de la Real Academia de la Historia española con sede en Madrid, fue creada el 12 de septiembre de 1919 sobre la base de la Academia de Historia que había sido fundada tres años antes (1916). En la época de su fundación contó con veinticuatro sillones de número, en 1990 se aumentó el número a treinta.

Los miembros fundadores en 1919 que ocuparon los primeros doce sillones fueron Francisco SosaFrancisco Plancarte y NavarreteIgnacio Montes de Oca y ObregónLuis García PimentelFrancisco A. de IcazaMariano Cuevas, como tesorero Manuel Romero de TerrerosJesús García GutiérrezJesús Galindo y Villa, como primer director Luis González Obregón, como censor Juan B. Iguíniz y Genaro Estrada. Un mes más tarde se integró Juan Francisco Molina Solís.

Sin sede establecida, las reuniones fueron celebradas en la casa del primer director González Obregón, en las instalaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, de laBiblioteca Nacional, del Colegio de Abogados, de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, del Colegio de las Vizcaínas y de un club social en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Por iniciativa de Atanasio G. Saravia y de Manuel Romero de Terreros, se constituyó un fideicomiso con apoyo de varios empresarios y de el Banco Nacional de México. Se inició así la construcción de un inmueble, para ello se empleó la antigua fachada de la residencia de los condes de Rábago que se encontraba en la calle de Capuchinas y que había sido demolida poco tiempo antes. El 9 de diciembre de 1953 se inauguró la sede oficial en la Plaza Carlos Pacheco.

La Academia fue conformada inicialmente por veinticuatro sillones, este número fue ampliado a treinta en 1990 mediante la resolución de una junta extraordinaria. Veintidós miembros residen en la Ciudad de México y ocho en los estados. Los historiadores tienen distintas especialidades, en historia política, eclesiástica, social, económica, de la mujer, del arte, de antropología, arqueología e historiografía; así como de diferentes períodos como el prehispánico, colonial, siglo XIX, Revolución e historia contemporánea. Actualmente es dirigida por la doctora Gisela von Wobeser Hoepfner, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

http://www.acadmexhistoria.org.mx/

La Batalla de Maratón

La batalla de Maratón (en griego antiguo Μάχη τοῡ ΜαραθῶνοςMáche toû Marathônos) fue un enfrentamiento armado que definió el desenlace de la Primera Guerra Médica. Ocurrió en el año 490 a. C. y tuvo lugar en los campos y la playa de la ciudad de Maratón, situada a pocos kilómetros de Atenas, en la costa este de Ática. Enfrentó por un lado al rey persa Darío I, que deseaba invadir y conquistar Atenas por su participación en la revuelta jónica, y, por otro lado, a los atenienses y sus aliados (de Platea, entre otros). Una proeza recordada en esta batalla fue la de Filípides, que recorrió, diferente a lo que se cree, el camino de Atenas a Esparta para pedir ayuda al ejército espartano, pues la amenaza persa se cernía sobre el mundo griego. Esparta rehusó ayudar a los atenienses, alegando encontrarse en fechas de celebraciones religiosas.
Tras la revuelta de Jonia, Darío decidió castigar a la ciudad griega que había prestado ayuda a sus súbditos rebeldes. Después de tomar Naxos y Eretria, la expedición persa, con el consejo de Hipias, que esperaba recuperar el poder en Atenas, desembarcó en la playa de Maratón. Tras cinco días cara a cara, las falanges ateniense y platense aplastaron a lainfantería persa que huyó y se embarcó de nuevo con fuertes bajas. El ejército griego se retiró rápidamente a Atenas para impedir el desembarco de la otra parte del cuerpo expedicionario persa en Falero, uno de los puertos de la ciudad.
Esta victoria puso fin a la Primera Guerra Médica. Diez años después, tuvo lugar un nuevo ataque por orden de Jerjes I. La batalla de Maratón desempeñó un papel político importante mediante la afirmación del modelo democrático ateniense y el inicio de grandes carreras militares para los generales atenienses como Milcíades o Arístides el Justo.
Maratón sigue siendo una de las batallas más famosas de la Antigüedad, sobre todo a través de las conmemoraciones que suscitó, como la carrera de maratón en los Juegos Olímpicos de 1896 en Atenasa carrera de maratón fue inventada por el académico Michel Bréal para las pruebas de los Juegos Olímpicos de Atenas de 1896. Este amigo de Pierre de Coubertin le sugirió, tras el congreso para la restauración de los Juegos Olímpicos de 1894, organizar una «carrera de Maratón», como dijo entonces, entre el lugar de la batalla al borde del mar y la Pnyx. Se propuso incluso ofrecer una copa de plata al vencedor.
La carrera se funda en las leyendas en torno a la batalla de Maratón. La tradición relata dos proezas; la de Eucles, enviado de Maratón a Atenas para avisar de la victoria y que murió de agotamiento unas horas después de la carrera. La otra hazaña fue la de Filípides que recorrió 240 kilómetros para avisar a los espartanos del desembarco persa en Maratón. Sea cual fuera la historicidad de estos episodios, la proeza deportiva fue colectiva con la marcha de los hoplitas atenienses, justo después de la victoria, para impedir el desembarco persa en Falero. Esta marcha es la que Bréal decidió conmemorar. Se ofrecieron dos rutas para el recorrido, tal y como se ofrecieron a los hoplitas. La ruta directa pasaba por las montañas Cefisia —actual Kifissia— y Marusi. Era más corta pero más difícil. Había un camino litoral más largo por Rafina que rodeaba el monte Pentélico. Se juzgó que este último fuera el camino que con más probabilidad recorrieran los hoplitas y fue escogido para la «carrera de Maratón» de 1896. Es también el del recorrido de la Maratón anual de Atenas y fue el de los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004.
En 1982, oficiales de la Royal Air Force decidieron verificar si la afirmación herodotea de la carrera de Fidípides era plausible, principalmente su llegada a Esparta «al día siguiente». En dicho año, la distancia de 246 km fue cubierta por John Foden en 37 horas y 37 minutos. El año siguiente para la primera edición del spartathlon, el griego Yánnis Koúros empleó 21 horas y 53 minutos. El texto de Heródoto ha sido verificado de manera fehaciente.