Al
iniciarse el siglo XX Porfirio Díaz encargó al arquitecto italiano Adamo Boari el
proyecto de un imponente Teatro Nacional que reemplazaría
al levantado durante la época de Santa Anna y daría un mayor brillo a su
régimen. La obra no se concluyó de acuerdo a su intención original, por razones
que iban, desde las económicas (aumento de costos), técnicas (el hundimiento
del edificio que se hizo notar desde los primeros años de su construcción),
hasta las políticas (el estallido del movimiento revolucionario iniciado en
1910). A partir de 1912 transcurrieron los lustros sin avances de importancia
en la obra. Finalmente, en 1932, Alberto J. Pani,
a la sazón Secretario de Hacienda, y Federico Mariscal -arquitecto
mexicano, discípulo de Boari- asumieron la responsabilidad de dar término a la
ya entonces vieja edificación. Pronto se percataron de que no se trataba
propiamente de concluir el teatro porfiriano, sino de pensar cuidadosamente en
el nuevo destino del edificio tras los importantes cambios experimentados por
México, particularmente en el campo cultural. En un
documento de 1934, Pani y Mariscal narran la historia:
“La
construcción del palacio de Bellas Artes ha atravesado por innumerables
peripecias durante un largo periodo de treinta años que coinciden en nuestra
historia con una transformación radical de la sociedad".
“Desde
el momento, en 1904, en que se echaron los cimientos de lo que debió ser el
suntuoso Teatro Nacional, hasta el momento, en el año de 1934, en que se abre
al pueblo todo, para su servicio, un Palacio de Bellas Artes, han ocurrido
cambios tan hondos que aún en la historia de la construcción se reflejan.”
A
continuación, Pani y Mariscal se remontan a las dos primeras épocas de la
construcción del teatro, en las décadas iniciales del siglo, para ocuparse
luego del período en que actuaron, mismo que ahora nos interesa:
“En
la tercera época, que comprende solamente los años de 1932 a 1934, se gesta y
realiza la nueva concepción. El nombre de Palacio de Bellas Artes la define
con claridad suficiente para advertir que no sólo ha desaparecido el Teatro
Nacional de la aristocracia porfirista -por lo menos tal como se concibió en un
principio- sino que se ha dotado a la Nación de un centro indispensable para
organizar y presentar sus manifestaciones artísticas de todo género, teatrales,
musicales y plásticas, no dispersas e ineficaces como hasta ahora, sino
debidamente articuladas en un todo coherente que pueda llamarse el arte
mexicano".
Esta
es la idea con el que el régimen revolucionario, llegado a su plenitud, en vez
de concluir el Teatro Nacional, ha construido en realidad un edificio nuevo -el
Palacio de Bellas Artes- que ya no albergará las veladas de una aristocracia
imposible, sino el concierto, la conferencia, la exposición y el espectáculo,
que señalen todos los días la ascensión de un arte como el nuestro...”
El
documento insiste en la postura adoptada por Pani:
“...si
la obra no responde a una necesidad social, puede quedar definitivamente
abandonada. No se trata ahora de concluirla por concluirla, sino de examinar
hasta que punto se impone el sacrificio económico que demanda su conclusión.”
Finalmente,
Pani y Mariscal hacen una descripción detallada de las modificaciones impuestas
al proyecto de Boari para dar al edificio el nuevo uso que consideraban
indispensable, dichas modificaciones se refieren a los cambios necesarios para
permitir al palacio cumplir su gran diversidad de funciones. Esta idea era
revolucionaria para la época, y aunque ahora ya estamos acostumbrados a ella no
debemos perder de vista que el lugar primordial que este edificio ocupa desde
entonces en la cultura mexicana está directamente vinculado a la metamorfosis
que experimentó su concepción en 1932. La bulliciosa actividad que se desarrolla
durante el día en el palacio de Bellas Artes, con el público que asiste a
visitar sus exposiciones temporales, a admirar sus murales (los de Rivera y Orozco fueron encargados para la
inauguración del Palacio en 1934; después se elaboraron los de Siqueiros,
Tamayo y González Camarena), a la presentación de un libro o a escuchar una
conferencia, sería impensable si el edificio se hubiera terminado de acuerdo a
los propósitos de Porfirio Díaz. La concepción de Pani y Mariscal es un
excelente testimonio de la creatividad cultural que México experimentaba a
plenitud en las décadas que siguieron a la Revolución.
Pani
mismo había intervenido en 1925 en la gestación de otra institución nacional
nacida de la Revolución: el Banco de México,
alojado igualmente en un edificio porfiriano cuyo interior fue modificado para
su destino definitivo por Carlos
Obregón Santacilia utilizando el lenguaje decorativo conocido
ahora como art déco. Como en el caso del Palacio de Bellas Artes, el nacimiento
del banco imponía darle, en la medida de lo posible un rostro acorde a la nueva
época.
A
lo largo de las primeras décadas del siglo XX la arquitectura y las artes
decorativas buscaban en todo el mundo nuevos caminos, urgidas de una renovación
que el siglo XIX no había podido encontrar. El art nouveau fue un intento
fallido en este sentido, y a partir del mismo, un arquitecto vienés, Adolf
Loos, proclamaría en 1908 que todo ornamento debería ser
considerado un delito.
Con
su propia obra puso los cimientos de la nueva arquitectura racionalista, de
escuetos volúmenes geométricos, pero también estableció, con otro vienés, Josef Hoffmann,
las líneas fundamentales del art déco, que se desarrollaría en la década de
1920 como una reacción frente a propuestas más radicales.
No
disfruta el art déco de buena fortuna crítica. La mayoría de las historias de
la arquitectura moderna lo ignoran o desdeñan por su anacronismo. Los
historiadores serios de la arquitectura que se ocupan del mismo lo hacen sólo
de paso, y posiblemente esta actitud no habrá de variar en lo futuro. Los
italianos Manfredo
Tafuri y Francesco
dal Co, autores de una de las más sólidas historias de la
arquitectura del siglo XX, dedican al art déco un par de párrafos que, en su
brevedad, son tal vez la mejor caracterización que se puede hacer de este estilo.
Analizan, en primer lugar las razones de su éxito en Estados Unidos:
"...los
motivos decorativos y alegóricos exaltan valores e imágenes fácilmente
asimilables, a partir simpre de soluciones rígidamente predeterminadas en el
plano económico y tecnológico. [..] La arquitectura art déco se adapta a las
más diversas situaciones: la excentricidad de sus decoraciones satisface las
intenciones publicitarias de las grandes empresas y una solemne simbología
cualifica las sedes de las corporaciones y los edificios públicos. Los lujosos
interiores, el juego extenuante de las líneas ascendentes, la recuperación de
las más variadas soluciones ornamentales, el empleo de los materiales más
refinados, todo ello resulta adecuado para incorporar un nuevo "gusto"
y una nueva "calidad" de masas al flujo caótico del consumo
metropolitano."
Tafuri
y dal Co analizan igualmente el contexto de la Exposición de Paris del año de
1925 que puso en circulación al art déco.
"En
esencia, la operación se reducía al lanzamiento de una moda y de un nuevo gusto
de masas, capaces de interpretar las ambiciones de renovación típicamente
burguesas, sin caer en el provincianismo pero ofreciendo una garantía de
moderación y fácil asimilación. Se trata de un gusto que alcanzará una enorme
influencia en un amplio sector de la arquitectura norteamericana, asegurando,
en Francia, una mediación tranquila entre vanguardia y tradición."
Justamente
esta situación de compromiso entre la vanguardia y el pasado hizo que el art
déco resultase particularmente adecuado para concluir un edificio como el
Palacio de Bellas Artes, iniciado treinta años atrás en el lenguaje de una
tradición ya extinta. El altísimo vacío bajo las cúpulas que cubren el gran
vestíbulo del edificio, en torno al cual giran los espacios de exposiciones,
permitía desplegar en él, de manera espectacular, "el juego extenuante de
las líneas ascendentes". Las corrientes nacionalistas presentes entonces
en el arte mexicano encontrarían también en el art déco el soporte adecuado para
aplicar en el Palacio "los motivos decorativos y alegóricos [que] exaltan
valores e imágenes fácilmente asimilables", aprovechando toda oportunidad
para sorprendernos con "la excentricidad de sus decoraciones" y
"una solemne simbología ", sin olvidar "la recuperación de las
más variadas soluciones ornamentales [y] el empleo de los materiales más
refinados". No pueden encontrarse mejores palabras que las anteriores para
describir, entre otros ornamentos, los motivos mexicanos -máscaras mayas,
cactos-, de acero pulido y bronce que tanto llaman la atención de los
visitantes del Palacio.
Un
sobrino de Alberto J. Pani, el joven arquitecto Mario Pani, recién egresado de la
École des Beaux-Arts de París, sirvió de enlace para que la firma francesa
Edgar Brandt, muy prestigiosa y cuyo auge coincidió precisamente con el art
déco, proveyese los elementos decorativos mencionados (a los que hay que
agregar canceles, puertas, barandales, pasamanos, lámparas y algunas piezas del
mobiliario) que forman parte tan importante de la decoración de la sala de
espectáculos, el vestíbulo y las áreas de exposiciones. El resto del
impresionante efecto de estos espacios se logró con un notable despliegue de
mármol y ónix nacionales de raro colorido. Por último, el revestimiento de la
cúpula que remata el exterior del Palacio fue proyectado en el mismo estilo por
Roberto Álvarez
Espinoza empleando nervaduras de cobre sobre las armaduras
metálicas y recubrimientos cerámicos de tonos metálicos y angulosa geometría en
los gajos que separan los nervios. Estas cúpulas, cuya gradación cromática pasa
del naranja al amarillo y al blanco, constituyen uno de los rasgos más
característicos del Palacio y representan la expresión más importante del art
déco en el exterior del mismo.
Pero no es sólo el exitoso efecto que se obtuvo en el edificio,
con la exquisita decoración que permitió concluirlo, lo que debe llamar ahora
nuestra atención. Como ya se dijo, conviene recordar que tras los maravillosos
mármoles, aceros, bronces y cristales art déco que vemos ahora, se levanta
también, desde su inauguración el 29 de septiembre de 1934, uno de los más
originales proyectos de difusión artística llevados a cabo en cualquier lugar
del mundo, concebido -no por azar- durante un momento de particular intensidad
en la historia cultural de nuestro país: el Palacio de Bellas Artes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario