Víspera de Navidad (24 de diciembre) de 1914. En plena Nochebuena, los soldados del ejército alemán comienzan a poner los escasos adornos de los que disponen en sus trincheras bajo el frío y la nieve, que no deja de caer de forma incesante. En ese momento, desde las posiciones británicas comienza a alzarse un sonido dulce cuando, desde los oficiales hasta los soldados, empiezan a cantar un emotivo villancico: «Noche de Paz».
Aunque lo parezca, no estamos narrando la perfecta película de Navidad que todos los canales emitirían estos días, sino uno de los momentos previos a la conocida como «Tregua de Navidad», el breve espacio de tiempo en el que los contendientes de la Primera Guerra Mundial abandonaron los fusiles para celebrar juntos –y por unas horas- estas fiestas.
Corrían por entonces momentos de gran dureza, pues Alemania había invadido Bélgica en julio con el objetivo de llegar hasta París y había sido detenida por británicos y franceses a cambio de una ingente cantidad de bajas. El frente se estancó. La situación no mejoró con la llegada del invierno, el cual trajo consigo lluvias, nevadas y una ingente cantidad de enfermedades en las trincheras, inundadas y comidas por los insectos.
Al no poder avanzar ninguno de los dos bandos sobre territorio enemigo, los días previos a Navidad terminaron apareciendo, fechas emotivas y que, sin duda, podrían mellar el valor de los combatientes (los cuales sentirían toneladas de nostalgia al estar lejos de sus familias en fechas tan señaladas). Por ello, los altos mandos militares redoblaron sus esfuerzos para que el correo pudiera llegar a tiempo hasta las trincheras y los soldados sintieran, aunque fuera mediante pequeños regalos como tabletas de chocolate o cigarros, el calor de sus seres queridos.
Llega la tregua
Se desconoce si fue el espíritu navideño, la morriña por estar lejos del hogar o el hartazgo por una guerra que ya había dejado miles y miles de muertos, pero lo cierto es que en la tarde del 24 de diciembre de 1914, los alemanes propusieron a gritos una tregua desde la trinchera opuesta.
«A última hora de la tarde los alemanes se volvieron divertidísimos, cantando y gritándonos. Dijeron en inglés que, si no disparábamos, ellos tampoco lo harían. Encendieron fuegos fuera de su trinchera, se sentaron alrededor y empezaron un concierto», explicaba en una carta a la que ha tenido acceso «Alfa y Omega» el sargento británico Bernard J. Brooks, uno de los presentes.
El día siguiente (en plena Navidad), y tal y como afirma el soldado británico Willie Loasby en una carta enviada a su madre desde el frente, se le encargó a él alzarse por encima de los parapetos y recorrer los 36 metros que separaban la trinchera británica de la alemana.
Su objetivo era el de acordar una tregua con el enemigo. La tensión se palpaba en el frío ambiente y, desde cada una de las posiciones defensivas, todos los combatientes tenían preparados sus fusiles de cerrojo por si algo salía mal.
Por suerte, nada malo sucedió y -como explica el militar en la misiva- conoció a un oficial alemán que le preguntó si había galos con ellos y bromeó afirmando que «diez franceses no hacen un inglés». Después de reírse un rato de los gabachos, el germano le dio a modo de presente seis cigarrillos y una tableta de chocolate antes de sugerir que podían jugar un partido de fútbol.
Loasby respondió afirmativamente y, sin más dilación se formaron dos equipos. «Lo que se me hace más raro es que en cada bando, y en otras partes, había gente que todavía combatía», determina la misiva.
Así lo confirma también el teniente alemán Johannes Niemman en una carta en la que explica que un soldado apareció cargando un balón de fútbol y, en pocos minutos, ya había comenzado el partido. «Ellos hicieron su portería con uso sombreros extraños, mientras que nosotros hicimos lo mismo. No era sencillo jugar en un lugar congelado, pero eso o nos detuvo. Mantuvimos las reglas del juego a pesar de que el partido sólo duró una hora y no había árbitro», determina el escrito.
De igual forma narra el suceso el general británico Walter Congravequien, a pesar de no haber acudido a la reunión por considerarse un objetivo demasiado valioso por su alta graduación, tuvo la oportunidad de hablar con sus subordinados del hecho.
«Ha pasado algo extraordinario. Esta mañana, un alemán gritó que querían una tregua de un día. Así que, con mucha cautela, uno de nuestros hombres se levantó por encima del parapeto y vio como un alemán hacía lo mismo. Uno de mis informantes me dijo que había podido fumarse un cigarrillo con el mejor tirador del ejército alemán, quien no tenía más de 18 años pero ya había matado a más hombres que cualquier otros 12 soldados juntos».
Fuente: ABC Historia
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