miércoles, 5 de febrero de 2014

SAN FELIPE DE JESÚS "PATRON DE LA CIUDAD DE MÉXICO"

 Su nombre de pila fue Felipe de las Casas. Nació en la ciudad de México, en la Calle de Plateros (hoy Francisco y Madero) en la Ciudad de México, el 1 de Mayo de 1572, en la Fiesta del Apóstol San Felipe, de quien toma su nombre. Fue el mayor de once hermanos, de los que tres siguieron la vida religiosa.

De padres españoles acaudalados, quienes le educaron en el ambiente de su época y de clase. Don Alonso era teniente-factor, comerciante de los fuertes, que negociaba o intermediaba entre el Galéon que llegaba a Acapulco, “La Nao de China” y el que fondeaba en Veracruz, procedente de España. Su padre estaba emparentado con otro notable monje y evangelizador de América, Fray Bartolomé de las Casas.

En su niñez era tan inquieto y travieso que cuando decidió irse al convento de Puebla para hacerse franciscano, pero Juana Petra, su nana alzando los brazos por encima de la cabeza exclamaba: ¡Cuando la higuera reverdezca, Felipillo será santo!”, teniendo por imposible la corrección del muchacho.

Llegó al convento de Puebla, donde residía el Beato Sebastián De Aparicio. Donde duró muy poco ya que no resistió aquella vida y regresó a su casa.

Ejerció entonces el oficio de platero sin mucho éxito. Cuando había cumplido 18 años, su padre, Alonso de las Casas, lo envió a las Islas Filipinas a probar fortuna. Al establecerse en Manila, Al principio estaba deslumbrado por los placeres, las riquezas y la vida mundana que ofrecía la ciudad, pero pronto sintió de nuevo la necesidad de encomendarse a Dios.

Felipe entró con los franciscanos de Manila. Esta vez ya había madurado y su conversión fue de todo corazón. Cambió su nombre al de Felipe de Jesús. Estudiaba y atendía a los enfermos y moribundos. Todo lo hacía con la dedicación de un hombre que vivía para Jesús. Un día sus superiores le anunciaron que ya se podía ordenar sacerdote. La ordenación sería en México, su ciudad natal, junto con su familia y amistades de infancia.

En 1596 sus superiores le anunciaron que ya se podía ordenar sacerdote. Como no había obispo en Filipinas, la ordenación sería en México, su ciudad natal, junto con su familia y amistades de infancia. Con ese fin se embarcó con Fray Juan Pobre y otros franciscanos, rumbo a la Nueva España, hoy México; pero una gran tempestad desvió el barco hacia el Japón. En medio de la tormenta Felipe pudo observar una gran señal sobre ese país, una especie de cruz blanca. Felipe interpretó su naufragio como una dicha pues su mayor sueño era la de convertirse en misionero en ese país.

En 1582 Taikosama había tomado control de todo el Japón formando un imperio quién decretó la expulsión de los misioneros y la demolición de los templos cristianos. Al principio la orden no se aplicó rigurosamente y los misioneros eran tolerados mientras se mantenían en la clandestinidad, vestidos a la japonesa. En esta situación estaban cuando llegó la primera expedición de franciscanos, que inmediatamente comenzó una gran actividad misionera. Allí estaban Fray Pedro Bautista y algunos hermanos de la provincia Franciscana de Filipinas.

En noviembre del 1596 embarrancó en Urando el galeón San Felipe con Felipe y los otros franciscanos a bordo. El gobernador del lugar, conociendo las riquezas del navío, dio orden de expropiación, y el emperador, para encubrir el robo, promulgó de nuevo en Osaka y Meako el edicto de 1587, alegando que los frailes hacían un proselitismo ilegal y que preparaban una invasión militar.

Felipe y los otros fueron llevados en procesión a pie, por un mes y en pleno invierno por pueblos y ciudades de Japón, para ser objeto de burla y escarmiento, un auténtico Vía Crucis. En la ciudad de Kyoto, a cada uno le cortaron la oreja izquierda. Las orejas fueron exhibidas en las calles. Cuando se vieron a lo lejos en una colina las cruces para el tormento que les tenían destinado, los 26 religiosos y laicos cristianos se llenaron de júbilo; pero al contarlas se turbaron, pues les pareció que sólo había 25. Entonces, Felipe corrió presuroso y abrazó fuertemente su cruz y no quería que nadie se la arrebatara.

Finalmente, en el “Monte de los Mártires” a las afueras de Nagasaki, fueron todos colgados, pues sí, eran 26 las cruces. Felipe de Jesús fue el primero entre aquellos mártires en ser crucificado. Muere en la cruz, atravesado por ambos costados por dos lanzas; otra más le atravesó el pecho. Sus últimas palabras fueron: “Jesús, Jesús, Jesús”. Era el 5 de febrero de 1597 y Felipe contaba con apenas 23 años.

Esa mañana, entró en la alcoba dando gritos la negra Juana Petra:

-¡Mi señor don Alonso, mi señora Doña Antonia, Felipillo es santo! Ya reverdeció la higuera podrida y apolillada; hasta hay en ella cantando pájaros. Vengan a verla, iYa Felipillo es santo! ¡Es santo!

Fue beatificado, junto con sus compañeros mártires el 14 de septiembre de 1627 y canonizado el 8 de junio de 1862.

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