No todas las victorias brillan con medallas. Justo el 27 de
octubre de 1968 se realizó el maratón de los Juegos Olímpicos de México, prueba
en que corrió el perdedor más grande de la historia: el tanzano John Stephen Akhwari.
El favorito era el etíope Abebe Bikila, quien en Roma 1960, tras
correr descalzo los 42.195 km, ganó oro y cuatro años después, ya con zapatos
deportivos, repitió la hazaña, en Tokio 1964.
Bikila tomó la salida en la Plaza de la Constitución, en el Centro
Histórico de la Ciudad de México, pero en el 17 km abandonó por una fractura en
un pie, causada por exceso de entrenamiento. Después de 2 horas con 20 minutos
y 26 segundos, su compatriota, Mamo Wolde, ganó la prueba.
Wolde, con Kenji Kimihara de Japón (2:23.20) y Michael Ryan de
Nueva Zelanda (2:23.45) se recuperaron y fueron premiados en el podio. Todavía
después de eso, los jueces en ruta anunciaron que aún, había un corredor en
competencia. Parecía imposible.
75 atletas iniciaron la prueba y 18 habían abandonado; al hacer
los Olímpicos en la ciudad de México se dificultarían los eventos de
resistencia, debido a la altitud de casi 2 mil 300 metros sobre el nivel del
mar, que implican una pérdida del 30 por ciento de oxígeno, en comparación con
la playa.
El tanzano Akhwari, no era un novato en la prueba. Antes de llegar
a los Olímpicos mexicanos, ganó el Campeonato Africano de Maratón, fue 5º en el
Maratón de los Juegos de la Mancomunidad; corrió maratones por debajo de las
2:20 horas, ante y después de México 1968, pero ese 27 de octubre estaba allí,
en las calles de la capital tricolor, sin desistir de su propia conquista.
El maratón olímpico es por tradición la última prueba de cada
edición de los Juegos Olímpicos y en la ceremonia de Clausura siempre se premia
al ganador de esta prueba, que por su distancia (42 kilómetros y 195
metros) es un gran reto atlético.
Akhwari llegó al estadio Olímpico Universitario más de una hora
después del primer lugar cuando incluso la Ceremonia de Clausura había
concluido. Por el sonido local se pidió a los asistentes que aún seguían en las
gradas que no se fueran y que esperaran de pie pues iba a llegar un maratonista
que no había concluido la prueba.
Entonces ocurrió una de las hazañas y gestas más comentadas entre
entrenadores y motivadores deportivos. El competidor africano ingresó al
estadio cojeando visiblemente y con un brazo inmóvil.
Ese corredor no desistía. En el 19 km había caído y se hirió la
rodilla, además el golpe contra el pavimento, provocó que se dislocara el
hombro; rechazó la asistencia médica y sólo pidió vendas para contener el dolor
de sus piernas, era John Stephen Akhwari, quien a ratos, caminaba o trotaba,
pero no se detenía.
Como si el tartán diera fuerzas John comenzó a trotar los 400
metros restantes (una vuelta entera) y llegó a la meta en medio de la
aclamación general y la ovación de pie de quienes por suerte seguían en las
gradas del estadio de Ciudad Universitaria en la capital de México.
Su tiempo final fue de 3 horas, 25:17 minutos ocupando el lugar 57
entre 75 maratonistas pues 18 abandonaron la prueba.
Akhwari no ganó nada, pero dejó una enseñanza más grande que el
ganador del evento...
En 1983, el ex corredor recibió un reconocimiento y una medalla de
honor, como Héroe Nacional. Creó una fundación que lleva su nombre y se encarga
de apoyar a atletas de su país, para llegar a los Juegos Olímpicos. En abril de
2008, fue portador de la flama olímpica que encendería el pebetero de los
Juegos de Bejing, China, mismos en los que fue Embajador de Buena Voluntad.
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