Cuando la bomba atómica estadounidense “Fat Boy” destruyó Nagasaki el 9 de agosto de 1945, uno de los edificios quemados fue la catedral Urakami, pero la cabeza de la estatua de madera de la Virgen María que poseía resistió a la deflagración, lo que los japoneses católicos calificaron como un milagro.
La onda expansiva ardiente de la deflagración que devastó la ciudad el 9 de agosto, dejando más de 70.000 muertos, pulverizó las vidrieras y los muros del edificio, carbonizó el altar y fundió la campana.
Pero la cabeza de la estatua de madera de la Virgen María sobrevivió a esa hoguera, y fue encontrada entre la columnas derrumbadas y los restos de la iglesia romana.
El ícono conservó el estigma de la guerra: los ojos se quemaron, dejando las cuencas negras, la mejilla derecha ennegrecida y una fisura que corre a lo largo del rostro como una lágrima.
“Cuando la volví a ver por primera vez, pensé que la Virgen estaba llorando”, confió Shigemi Fukahori, un parroquiano de 79 años que conocía bien la estatua antes de la explosión.
“Era como si nos advirtiese contra los horrores de la guerra sacrificándose”, agregó con una mirada hacia la estatua cargada de emoción. “Es un símbolo importante de paz que debe preservarse siempre”, añadió.
La estatua mutilada está hoy expuesta en la nueva iglesia reconstruida en el mismo lugar, a sólo 500 metros del punto central sobre el que estalló la bomba de plutonio.
Pero la reliquia hizo viajes a través del mundo como símbolo de paz. En mayo estaba en Nueva York en donde se celebró la conferencia de la ONU sobre el desarme nuclear y fue expuesta para un oficio religioso en la catedral Saint-Patrick de la ciudad.
En el camino, los responsables religiosos de Nagasaki presentaron la estatua en el Vaticano, en donde fue bendecida por el papa Benedicto XVI, así como en una ceremonia en Guernica (España), en memoria de la víctimas de los bombardeos de la aviación alemana en 1937 durante la Guerra Civil Española.
“Viajamos por todos lados con la estatua, con la esperanza de que la Virgen María pueda actuar por la paz”, declaró a la AFP Monseñor Joseph Mitsuaki Takami, arzobispo de Nagasaki.
“Existen múltiples maneras de llamar por la paz –por fotos, películas o relatos sobre el horror de la guerra– pero la Virgen atomizada parece tener un poder diferente”.
Cuando cayó la bomba atómica sobre Nagasaki, vivía en esa ciudad la comunidad cristiana más importante de Japón. Unos 8.500 de sus miembros murieron por la explosión o por las radiaciones y quemaduras.
Cuando algunos sobrevivientes intentan ver esa tragedia como una prueba impuesta por Dios, sus sufrimientos están profundamente anclados en las memorias.
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